La evidencia es preocupante. Tala de expertos competentes en todo el sector público; iniciativa para modificar la Suprema Corte a modo del Ejecutivo; militares al frente de la Guardia Nacional anticipando un cuerpo de guerra y no de policía civil; acoso a los órganos autónomos del Estado, más lo que se acumule. Las instituciones de control del poder parecen ser, para AMLO y Morena, un enemigo a vencer.

El presidente y su partido parecen dar la espalda a las luchas para someter el poder arbitrario a las reglas del estado de derecho. Se comportan como si la transición a la democracia no tuviera una historia ante la que se tiene una responsabilidad. Se olvidan de las luchas de la izquierda democrática y la sociedad civil por abatir el presidencialismo autoritario y su partido hegemónico. También y sobre todo desconocen la reivindicación, contra el estalinismo, de la democracia representativa como una parte esencial del programa de todo socialismo genuino. Sin esas luchas y los fracasos y victorias de sus protagonistas no se explica que, desde 1996, tengamos elecciones más libres y equitativas. Sin ese sistema electoral sería inexplicable que el actual partido en el gobierno haya llegado al poder. Este estilo de gobernar no sólo es mezquino, sino irresponsable y puede tener graves efectos perversos.

Un Estado que busca instrumentar un gran cambio a favor de la igualdad social no puede prescindir de las instituciones que lo hacen un estado de derecho. Sin responsabilidad en el manejo de la autoridad del cargo, sin equilibrio de poderes, sin competencia política, sin medios de comunicación independientes y ciudadanos informados, sin reglas que marquen límites a los gobernantes, sin rendición de cuentas el Estado se vuelve un Leviatán y victimiza a la sociedad. Ninguno de esos componentes es un estorbo o un mero formalismo, se necesitaron siglos de luchas y aprendizaje para edificarlos. Si en México no hemos logrado establecerlos cabalmente no ha sido por culpa de esas instituciones, sino de la falta de voluntad para emprender la transformación necesaria.

Amenazar o eliminar las instituciones democráticas que se edificaron en tres décadas con el esfuerzo de una generación entera sería un desatino. La tarea pendiente es profundizar su transformación para que la organización política del país se adecue verdaderamente a lo que ordena el mandato constitucional: “una República representativa, democrática, laica y federal, compuesta por Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, y una Ciudad de México, unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental.”

Académico de la UNAM @pacovaldesu

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