Hace unos pocos días, se viralizó a través de redes sociales la fotografía de un profesor de primaria en la zona serrana del estado de Querétaro, que captó la atención de la prensa nacional, al grado de transmitirse por televisión. El maestro tiene nombre y apellido, se llama Salvador Olvera, quien se desempeña como docente de nivel básico desde hace 38 años e imparte clases en el municipio de Pinal de Amoles.

La historia adquirió relevancia, ya que, por medio de recursos propios, Salvador hace el esfuerzo de habilitar un aula móvil en su camioneta de redilas, para trasladarse a comunidades aledañas de San Pedro Escanela. En las sesiones, se ve a los alumnos tomar clases de español y matemáticas, y, por si fuera poco, didácticas muy significativas de canto para motivar a las niñas y niños.

Esta situación que sin duda es loable, no debe nublar nuestra visión y hacernos caer en la falacia de romantizar la pobreza e insuficiencia de recursos materiales, con los que la niñez del “Querétaro orgullo de México” está adquiriendo las competencias básicas para la vida. No hay reconocimiento que baste, para agradecer a nombre de toda una sociedad el trabajo realizado por el profesor Salvador.

Sin embargo, desde este espacio, nos preguntamos sobre la distancia entre el dicho y el hecho en el derecho a la educación. El artículo 3o. constitucional dice: “La educación inicial es un derecho de la niñez y será responsabilidad del Estado concientizar sobre su importancia”, sí, el mismo que para el presente ejercicio fiscal tiene una asignación de 7 mil 931 millones 748 mil 245 pesos para la Unidad de Servicios para la Educación Básica en el Estado de Querétaro (USEBEQ); cobija que no alcanza para cubrir de las inclemencias del tiempo a una población que, en teoría tiene derecho a que se le garantice su educación.

El título de esta columna es recuperado de una publicación del economista Santiago Levy, en cuya investigación aplicada a los obstáculos del crecimiento económico de los mercados laborales en México, descubre que pese a los esfuerzos que se destinan en inversión social, de nada sirven, dada la mala asignación de recursos mismos que frenan el crecimiento y desarrollo.

Hoy somos una entidad en la que la escolaridad ronda los 9.6 años, y se “gasta como nunca” para estar como siempre. El Estado ausente en un municipio donde el profesor es el único presente. Nuestro reconocimiento, respeto y aprecio Salvador.

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