“Para muchos de nosotros, el miedo es un enemigo íntimo con quien compartimos la existencia. Un miedo irracional, obsesivo, neurótico, que en realidad se origina en los verdaderos terrores del vivir, pero que nosotros colocamos en otro lado. Porque es cierto que la vida es frágil; que en cualquier momento puede ocurrirte una desgracia”, escribió Rosa Montero.

La autora española ha hablado abiertamente de sus miedos y de los ataques de pánico que la afectaron durante años.

Toca estos temas en El peligro de estar cuerda, editado por Seix Barral, que lo sintetiza: “...la vida de grandes creadores que escandalizaron al mundo y su pasión por la neurociencia son los motores de esta fascinante investigación sobre los vínculos que unen genialidad y locura”.

El miedo vende. Novelas, películas, series y atracciones de feria que provocan terror, ganan dinero y llevan a sus productores a generar nuevos temas. Algunas atracciones provocan el miedo físico de caer de las alturas, de precipitarse al vacío o de encontrarse con monstruos que nos tocan, que despiertan temores nocturnos de la más lejana infancia.

La literatura de horror es tan exitosa que cada año lanza nuevos títulos cuyo fin último es provocar miedo. De los libros, tanto personajes como tramas saltan al cine. El horror puede ser provocado por una persona trastornada que causa daño a los demás, mientras que el terror requiere de un monstruo, una criatura que trasgrede las reglas del mundo.

Stephen King, quien ha hecho una fortuna escribiendo historias para quitar el sueño, distingue tres niveles en la repercusión de las obras del género: el horror, cuando provocan sensaciones físicas; el terror, que altera las ideas; y la repulsión, el más bajo de todos. En este último se ubican los argumentos que incluyen sangre y cuerpos destrozados.

¿Por qué nos gusta sentir miedo? Porque esta emoción activa nuestro sistema de alerta, y toma en sus manos las riendas de nuestra mente para llevarla a territorios imaginarios, donde habitan brujas, vampiros, fantasmas, hombres lobo o seres de ultratumba.

Al tener miedo, nos sentimos más vivos que nunca. Se ponen en marcha mecanismos de protección, huida o acción. Al pensar que algo malo puede pasar a la comunidad, surge la posibilidad de convertirnos en héroes, por lo que magnificamos el peligro y lo trasmitimos a quienes están cerca. Cuando un líder de opinión siembra pánico, puede haber consecuencias terribles, como linchamiento de inocentes. Si la teoría de la conspiración está fuera de la realidad, llega a provocar guerras. Aunque el peligro no exista, el miedo es real y nos afecta. A fin de cuentas, somos animales que viven en sociedad para protegerse de los enemigos, aunque sean enemigos imaginarios.

En este momento histórico, la ficción que provoca miedo tiene gran fuerza. Dice King, en su libro Danza macabra: “Los [libros de terror] parecen coincidir con periodos de desequilibrio económico y político; parecen reflejar estas inquietudes que flotan libremente”.

Mientras el miedo viva en las páginas de papel, está contenido en tinta. Si el monstruo es imaginario, podrá desaparecer al salir del cine. Lo que puede afectarnos en verdad es la acción dañina de seres humanos que viven y tienen algún poder sobre nosotros. A esos, mantenerlos lejos.

Google News