El fatalismo que nos acompaña a los mexicanos hace que a cada tanto nos empeñemos en vernos en el espejo negro de Tezcatlipoca para encontrar una burla del destino, ver cómo el alma tropieza y, al caer, lamentarnos al estilo josealfrediano de esa tristeza de estar tan caído y volver a caer.

Nos pasa en el futbol y pasa en la política. No conocemos medias tintas. Nos vamos a los extremos. Y eso es preocupante, pero es algo a lo que, tristemente, nos hemos habituado. Por ejemplo, en pleno Mundial de futbol, cuando el Tri ha mostrado solvencia táctica y eficacia futbolística, los fantasmas de una eliminación frente a Suecia nos acechan y hay quienes ya dan por perdido ese juego y, por consecuencia, la eliminación.

Pero esta fatalidad la encontramos acrecentada en nuestra plaza pública y la polarización en la que estamos en este 2018 a unos cuantos días de las elecciones para Presidente de la república y con las encuestas que marcan un claro favorito.

Si el 2006 fue el año que inició la polarización, sobre todo por parte de los seguidores de Calderón, hoy toda esa rabia que empezó con la campaña negativa del “peligro para México”, hoy sigue vigente contra el puntero de las encuestas y tiene su combustible en el clasismo y la desigualdad imperante en México, lo que el periodista Ricardo Raphael llamó en un libro el Mirreinato.

Y desde esa óptica, ven ese espejo ya referido un México devastado si gana Andrés Manuel López Obrador, dibujan escenarios apocalípticos. Seremos como Venezuela, afirman y culpan a los simpatizantes obradoristas del desastre que según ellos se avecina. Venezuela como amenaza a una clase media que cree vivir en una burbuja de estabilidad, cuando en realidad son equilibristas sin red de protección.

Y amenazan con las llamas del infierno sobre México. Casi comparan a AMLO con las bestias del apocalipsis. El falso mesías bíblico que tiene el número de la bestia en la frente. El populista. El mesías tropical lo apodan muchos quienes no han leído un libro completo de Krauze pero citan esa frase y sus dos más recientes artículos cuestionando al candidato de la Coalición Juntos Haremos Historia.

Con AMLO vamos al suicidio como país, dicen. Que se irán del país, dicen. Todo lo avanzado, lo perderemos, se lamentan. El cambio está en uno mismo, sentencian.

Paradójicamente, dicen lo mismo que hace seis años afirmaban los obradoristas: con Peña vamos al despeñadero, que se irían del país, que con el PRI retrocederíamos 70 años en la historia.

Y en este juego de espejos discursivo, ahora con las encuestas a su favor, del lado de enfrente responden. Que el país ya está en llamas, que ya estamos peor que Venezuela, recuerdan el número de asesinatos a periodistas y candidatos a elección popular, además de que en el sexenio de Peña ya se rebasó el número de homicidios dolosos que en el de Calderón. Sólo López Obrador es la redención del país, parecen decir.

Discursos extremistas que solo reflejan el ánimo encrespado de una sociedad que ha sido lastimada por una clase gobernante que no ha sabido estar a la altura de la historia. De algo que era una esperanza en la transición del año 2000 con Fox a una realidad de bajo crecimiento económico y la muerta bajo la sombra.

Las elecciones no son un bálsamo para el país. Sirven como revulsivo para mostrarnos los problemas y los daños que padecemos. Lo que parece un dañino vómito social en realidad nos está indicando un síntoma de lo que es necesario atender. La polarización de discursos nos muestra dónde están los puntos a resolver.

Por mi parte, tengo decidido mi voto en lo federal, que votaré igual que voté como lo hice por primera vez en 1994; en lo local, aún tengo que discernir. Que el silencio que se impone al finalizar las campañas nos ayuden a reflexionar. Ya Soda Stereo lo cantaba: El silencio no es tiempo perdido.

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