El país ha entrado en la recta final de las campañas electorales. En una semana terminará la contienda y luego a las urnas el 1 de julio. El frenesí de las campañas acaba: veremos el remolino de las masas y la multiplicación de las promesas. ¿Qué han dejado las disputas por el proyecto de país, los debates y los escándalos que acompañaron a los candidatos?

Las encuestas muestran un escenario bastante definido: se anuncia un triunfo de AMLO. Sólo falta esperar que las urnas lo expresen y que la noche del día de los comicios conozcamos los resultados. La novedad de 2018 no sólo radica en una candidatura ganadora, sino en los enormes márgenes de ventaja con los que llega esta opción política. Sin duda, algo muy grave ha sucedido en el país para que se formara este amplio consenso en torno a una candidatura antisistema, la opción más alejada del statu quo.

En estos meses de campaña se han abierto algunas discusiones para interpretar las opciones en disputa. Dos llaman especialmente la atención: a) la del régimen de temporalidad, que presenta a AMLO como un regreso al pasado, como si el presente y el futuro, supuestamente representados por Meade y Anaya, fueran opciones muy positivas, y b) como una consecuencia de la primera, sobre el actual modelo económico que tiene una evaluación mixta, con su trayectoria de 30 años y sus reformas estructurales. Por una parte, se ve como un proceso exitoso, corregible, pero básicamente positivo, que es lo que postulan el PRI y el PAN; por la otra, hay una evaluación negativa por la desigualdad, la pobreza y las consecuencias sociales que produce la fragmentación social, la violencia y la captura de lo público. Estos dos ejes han marcado el trasfondo de esta campaña electoral que se ha vivido como una segunda “disputa por la nación” (Tello y Cordera dixit). Ya hemos dicho que en esta campaña hay tres opciones de coalición, pero sólo dos opciones de proyecto de país.

Pasaron tres debates presidenciales y, a pesar de que se innovaron los formatos en cada uno, no se logró tener una interlocución fluida para tratar los problemas de la agenda nacional. El objetivo de contrastar posiciones y presentar propuestas queda como pendiente. Entre golpes y agresiones, una enorme cantidad de imprecisiones y datos falsos transcurrieron esos tres encuentros. Si se compara con los debates de otras sucesiones, hubo mejoría, pero el resultado todavía está muy lejano de un debate de calidad. La expectativa de que fueran la oportunidad de cambiar las intenciones del voto se fue diluyendo.

Como en toda campaña, hubo escándalos y golpes de efecto que tejieron momentos de tensión en las diversas candidaturas. Entre los más publicitados estuvieron: algunos personajes de la campaña de AMLO, como Napoleón Gómez Urrutia y Nestora Salgado, que fueron blanco de duras críticas por parte del PAN y del PRI; la campaña orquestada por el gobierno en contra de Anaya por insinuaciones sobre negocios turbios y lavado de dinero; las sombras de corrupción que rodearon a Meade y su participación en los gasolinazos del año pasado. Sin dejar de lado la arbitraria decisión del Tribunal Electoral para meter a El Bronco a la boleta electoral, o la renuncia de Margarita Zavala a su candidatura independiente sin expresar apoyo a ninguno de los candidatos de la contienda.

El debate, en la opinión pública, lo marcó el puntero, que desde el inicio tuvo mayor intención del voto. Los temas fueron la propuesta de una amnistía, el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, el desencuentro con los empresarios del Consejo Mexicano de Negocios y los acercamientos posteriores.

En la recta final de la campaña quedan los actos de cierre en medio de un maratón futbolero, que ha generado buen ánimo por el triunfo de México ante Alemania…

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