El pasado jueves 14 de marzo, policías del estado de Jalisco se movilizaron hacia una colonia de Ixtlahuacán de los Membrillos. Habían recibido el reporte de que en un canal de aguas negras flotaban varios “bultos con figura humana”.

Eran las 8:46. El día iba a resultar larguísimo. Cuando cayó la noche, de aquel canal que cruza la colonia La Rinconada, habían sido rescatados 20 cuerpos.

Los habían amarrado con alambre y cinta adhesiva. Se hallaban dentro de bolsas de plástico de color negro. La mayor parte de ellos no tenían huellas dactilares, a consecuencia de la acción del agua, según explicó después el fiscal de Jalisco, Gerardo Octavio Solís Gómez.

Pocas cosas explican de manera tan descarnada el clima desatado de violencia en que se halla sumergido el occidente del país como los reportes disponibles sobre este hallazgo.

Los cadáveres —de 19 hombres y una mujer— fueron llevados al Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses, en donde se les realizó la necropsia. Algunos habían muerto por estrangulamiento, otros por arma de fuego, otros más por la acción de un arma contundente. Según el fiscal, cuatro de las víctimas tenían entre 20 y 30 años. El resto fluctuaba entre los 35 y los 45. Había uno mayor de 50.

La descomposición de los cuerpos señaló que estos habían sido depositados en el canal en fechas distintas. Algunos asesinatos habían ocurrido 21 días antes del hallazgo. La evolución cadavérica de algunos otros señalaba que la muerte había ocurrido entre apenas dos y tres días antes. “Se trata de diferentes eventos”, dijo el fiscal.

Los tatuajes de las víctimas fueron cotejados en bases de datos. Las ropas que traían fueron contrastadas con información recogida en diversas denuncias por desaparición. Las huellas dactilares de uno de los cuerpos dieron positivo en la base de datos nacional: se trataba de un sujeto oriundo de Sinaloa, el cual contaba con antecedentes penales. En la ropa de otro de los cadáveres se halló una credencial de elector, pero una investigación reveló que esta era falsa.

En el resto de los casos, no hubo de momento resultados positivos: la realidad era que, a lo largo de 21 días, 20 cadáveres fueron arrojados en un canal de aguas negras sin que pudiera saberse qué había ocurrido. Salvo una idea general: la zona por la que atraviesa el canal, y que toca los municipios de El Salto, Tlajomulco de Zúñiga e Ixtlahuacán, se encuentra en el centro de la guerra que sostienen el Cártel Jalisco Nueva Generación y su escisión: el Cártel Nueva Plaza.

Por un tatuaje con un nombre masculino, que otra de las víctimas llevaba en el tobillo, fue posible determinar una segunda identidad. El fallecido se había tatuado el nombre de su padre. Tenía 35 años. Sus familiares habían reportado su desaparición el pasado 25 de febrero. Era habitante de Ixtlahuacán de los Membrillos.

Se dieron en cadena cinco identificaciones más. La tercera víctima identificada fue un joven de 26 años. Vivía en Tlajomulco de Zúñiga. Sus familiares habían denunciado que hombres armados lo habían privado de su libertad el 20 de febrero. Ellos mismos lo reconocieron en una plancha del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses.

La cuarta fue reconocida por su propio padre. Era un joven de 30 años que también vivía en Tlajomulco. Su familia no tenía comunicación con él desde enero (fecha en que extravió su celular). Dos hombres más fueron identificados por sus tatuajes. Uno tenía 37 años, era cocinero y vecino de Ixtlahuacán. No había llegado a la cena de Navidad. El otro tenía 45. No se sabía de él desde febrero pasado.

El séptimo fue identificado por sus huellas dactilares: demostraban que tenía antecedentes penales y que era oriundo de Tlajomulco.

Al México del horror, ahora se agrega un canal convertido en fosa. Un catálogo de cuerpos descompuestos, un desfile de familias destrozadas. Una serie de preguntas hundidas en la nada. 13 cuerpos sin identidad. Y como siempre, la noción de la impunidad: un Mexico de horror en el que nunca hay responsables.

@hdemauleon
demauleon@hotmail.com

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