México atravesó en 2010 lo que entonces fue llamado “el año más violento de la historia”. Ese año el país se descubrió de pronto a mitad de un camino que nadie esperaba: horrores inimaginables estallaron desde los primeros días y siguieron estallando en los meses que siguieron.

20 sicarios bajo las órdenes de un hombre apodado El 12 se metieron a una fiesta, buscando a “puchadores” de droga de los Artistas Asesinos: sacaron a las mujeres y a los niños, y luego abrieron fuego sobre los invitados, estudiantes que celebraban una fiesta. Esa noche hubo 16 muertos y 12 heridos: fue la noche de la masacre de Salvárcar, que el entonces presidente Felipe Calderón atribuyó a un ajuste de cuentas entre delincuentes (31 de enero).

Fue el año en que una empleada del consulado de los Estados Unidos y su esposo —oficial de detención en El Paso—, así como un mexicano casado con otra empleada del consulado, fueron acribillados en Ciudad Juárez a plena luz del día, al salir de una fiesta infantil (13 de marzo).

Fue el año en que una balacera dejó 30 muertos en Acapulco y, el mismo fin de semana, otra balacera dejó 11 más en Ajuchitán del Progreso (14 de marzo).

El 19 de marzo de ese año, dos alumnos del Tecnológico de Monterrey que salían de la biblioteca (Jorge Antonio Mercado y Javier Francisco Arredondo), fueron confundidos con sicarios por elementos del Ejército y asesinados a las puertas de la institución. Para cubrir la salvajada que habían cometido, los militares movieron los cuerpos y les sembraron armas de asalto.

Ese año fue el secuestro de Diego Fernández de Cevallos (19 de mayo) y del asesinato del candidato del PRI a la gubernatura de Tamaulipas, Rodolfo TorreCantú, al que un comando asesinó en la carretera seis días antes de las elecciones (28 de junio).

El 29 de julio, Ignacio Coronel, El Cachas de Diamante, socio de El ChapoGuzmán en el envío de metanfetaminas a Estados Unidos, fue sitiado con diez de sus hombres en una residencia de lujo de Colinas de San Javier. 150 elementos del Ejército rodearon el fraccionamiento, en medio del terror de los vecinos, y abatieron a Coronel. Esa muerte marcó el despegue del Cártel Jalisco Nueva Generación como la gran pesadilla criminal de la década que siguió.

Al mes siguiente (16 de agosto) 15 hombres con uniformes de la Policía Judicial Federal, desaparecida nueve años antes, extrajeron de su domicilio al presidente municipal de Santiago, Nuevo León, Edelmiro Cavazos. El cuerpo sin vida del panista fue hallado dos días después en una carretera.

Un ecuatoriano llegó el 22 de agosto a un retén instalado por la Marina en San Fernando, Tamaulipas, y habló del asesinato de más de 70 personas en un rancho cercano. Los marinos hallaron en ese rancho siniestro los cadáveres de 72 migrantes que los Zetas habían secuestrado para extorsionarlos. Los sicarios de ese grupo criminal tendieron a las víctimas en el piso y las ejecutaron, una a una, con un tiro en la cabeza.

El 23 de octubre, 14 jóvenes fueron ejecutados en una fiesta de XV años que se celebraba en la colonia Horizontes del Sur de Ciudad Juárez. Según los testigos, hombres armados, encapuchados, vestidos con ropa oscura, descendieron de siete camionetas, y sin mayores trámites abrieron fuego contra los muchachos. Al día siguiente, en Tijuana, otro comando irrumpió en un centro de desintoxicación, formó a los internos junto a una tapia, y los fusiló con armas de alto poder. 13 jóvenes murieron.

Los asesinos intervinieron luego la frecuencia de la policía y, mientras se oía un narcocorrido, informaron a las autoridades: “Esto apenas empieza. Habrá 135 asesinatos” (un muerto por cada tonelada decomisada y quemada en esos días por las autoridades).

El 5 de noviembre una balacera de ocho horas sacudió Matamoros, Tamaulipas. Ese día fue abatido Tony Tormenta, hermano de Osiel Cárdenas Guillén: tres marinos y un soldado murieron, muchos otros resultaron heridos, se cerraron los puentes internacionales, camiones secuestrados fueron incendiados en avenidas principales para impedir la movilización de las fuerzas armadas.

Dos semanas después el exgobernador de Colima Silverio Cavazos fue ejecutado frente a su domicilio, y más tarde un hombre apodado El Wickedasesinó de un tiro en la frente a la activista Maricela Escobedo, frente al palacio de gobierno de Chihuahua.

Ese año, grabado con sangre en la memoria, se cometieron 24,374 homicidios.

Una década más tarde hemos salido del nuevo “año más violento de la historia”: 35, 588 homicidios en 2019, y acabamos de dejar atrás tres meses (marzo, abril, mayo) en los que, a pesar de la pandemia por Covid-19, se cometieron más de 7 mil asesinatos.

Conmemoramos una década de aquel horror con otra dosis inacabable de horror. Se cierra un círculo fatal. Diez años y tres presidentes después, en ese mismo círculo seguimos hundidos.

Google News