No hay reportero que no se haya peleado con un elemento del Estado Mayor Presidencial. No viene entre sus objetivos declarados, no está escrito en ninguno de sus reglamentos, pero parece que su misión es obstaculizar el trabajo de la prensa: a todos los que somos reporteros y nos ha tocado coincidir con alguien del EMP, sabemos que no te dejan pasar aquí o allá, te contienen, te frenan, te retrasan, te impiden, te empujan. Es una relación tirante: el reportero quiere penetrar lo que el elemento del Estado Mayor Presidencial resguarda como impenetrable. Las tareas están naturalmente enfrentadas.

Es una pena que se use a una institución de ese calado para obstaculizar el trabajo periodístico. Pero sería igualmente una pena que no se descubran sus virtudes, que van mucho más allá de poner vallas en los actos del presidente en turno y ser los guaruras del mandatario.

El Estado Mayor Presidencial lo integran elementos de formación militar, altamente entrenados, operativos, capacitados para recolectar información de inteligencia donde sean desplegados, detectar amenazas y comportamientos sospechosos, desarticular cualquier cosa que a su juicio ponga en peligro la vida de quien tiene el alto honor de representar al país entero. Y encima, es de los pocos cuerpos de seguridad que no son considerados corruptos o arreglados con la delincuencia organizada.

El presidente electo Andrés Manuel López Obrador ha anunciado que desaparecerá el Estado Mayor Presidencial. Se entiende que lo interpreta como un cuerpo que aísla al gobernante de su pueblo. Tantas décadas de presidentes a quienes se encierra en una burbuja seguramente han incidido en el comportamiento y estrategias del Estado Mayor. No sé si López Obrador tenga otros motivos, pero me parece loable que el próximo primer mandatario quiera estar cerca de la gente. Es además su estilo, lo que le da popularidad y aprobación. Si quiere mostrar una cara más amable con un cuerpo íntimo de seguridad amigable con el público, como el que ha planteado, está en todo su derecho.

Preocupa, sin embargo, que se desperdicie la extraordinaria capacitación y formación de un cuerpo de élite con operativos altamente entrenados, en un país donde lo que más falta es justamente eso. Y no son 30 personas. ¡Son cosa de 2 mil 500! Preocupa que no se detecte que a lo largo de décadas han establecido lazos de comunicación y confianza con organismos de inteligencia y seguridad de otros países del mundo, a fuerza de trabajar juntos en visitas de Estado de presidentes, cumbres, viajes, etcétera. No vayamos más lejos: cuando viene el presidente de Estados Unidos a México, el Servicio Secreto se entiende con el Estado Mayor.

¿Qué van a hacer con ellos? No está claro, pero parece que buscan reintegrarlos al Ejército. El tema es que los elementos del Estado Mayor no se sienten un soldado más. Ni son. Tienen otra jerarquía y otras capacidades (entre las que NO debería estar empujar reporteros). Ojalá no se desechen.

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