Justo en el día que celebraba, con un acto de masas en el Zócalo, el primer aniversario de su triunfo histórico en las urnas, el presidente Andrés Manuel López Obrador recibía, desde Washington, un elogioso “reconocimiento” del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, a los “esfuerzos migratorios” que está realizando su gobierno. Y, como si fuera un premio por su buen comportamiento en la defensa de los intereses estadounidenses, con la detención y retención forzosa de los migrantes indocumentados en la frontera sur, para que no lleguen a territorio norteamericano, además de recibir a sus miles de migrantes deportados en la frontera norte, Trump anunciaba que no habrá más amenazas de aranceles a México “por ahora”.
 
Pareciera que, en un mismo día y en una fecha que para él era de lo más importante --quién sabe si por casualidad o porque así lo operó el canciller Marcelo Ebrard en sus fugaces encuentros con Trump en Osaka durante el fin de semana— López Obrador logró tener el reconocimiento interno en un acto de masas que confirma no sólo su fortaleza popular, sino también el apoyo de empresarios importantes como Carlos Slim y Emilio Azcárraga, además de lograr también un elogioso reconocimiento del presidente de los Estados Unidos, que aunque positivo por el anuncio del retiro momentáneo de las amenazas de aranceles, también deja la sensación de un gobierno mexicano totalmente sometido a la agenda y los dictados políticos y electorales de la administración Trump.
 
La coincidencia no es menor; mientras aquí se veía un acto apoteósico con un discurso previsible pero magistral en su comunicación política, y se instituía un ritual fundacional de la 4T en el 1 de julio, desde Washington el gobierno de López Obrador era abiertamente respaldado por el presidente de los Estados Unidos, con el pretexto de la endurecida política migratoria y los polémicos acuerdos que México suscribió para convertirse en el “muro de Trump” en la frontera sur y el “tercer país seguro” con las ciudades-depósito en la Frontera Norte para migrantes deportados por el gobierno estadounidense. Un doble logro y una jornada políticamente redonda para el presidente mexicano en el primer aniversario de su triunfo en las urnas.
 
Porque en materia de política interna, no queda duda de que Andrés Manuel sigue siendo el líder social y de masas que, aún con 7 meses de gobierno y el desgaste de algunas decisiones, retrasos o ineficiencias en su administración, conserva un amplio respaldo social y popular que se manifestó ayer en el Zócalo, donde más que un “informe de logros” como eufemísticamente lo llamó la Presidencia, lo que se vio fue un discurso puntual y claramente dirigido a sus bases sociales que tuvo el efecto exacto que se proponía el presidente: desviar la atención de las críticas y problemas que enfrenta su gobierno para relanzar su Cuarta Transformación e instituir en sus nuevos rituales y mitos del calendario cívico y político el día de la fundación del “nuevo régimen” e informar del desmantelamiento del “viejo régimen”.
 
Mientras tanto en política exterior —la que no le importa tanto al presidente y que la confunde con su habilidad para hablar o no el idioma inglés— también es innegable que su criticada y cuestionada ausencia de la Cumbre del G-20 pudo ser salvada por la actuación de un, cada vez más activo canciller Marcelo Ebrard, que a través de las redes sociales se dejó ver en fotos y reuniones con los líderes más importantes para México, incluida su presencia en la foto oficial del evento. Si a eso se suma el “espaldarazo” de Trump en una fecha que no parece nada casual, al gobierno de AMLO, está claro que, a tiros y tirones, y más con el activismo y la habilidad de Ebrard que con el interés o el empuje del presidente, la política exterior también va caminando para la administración lopezobradorista.
 
Y finalmente, la tarde de ayer también fue de muchos símbolos. Desde el mensaje que llegó de la oficina oval, hasta las imágenes de un Zócalo pletórico, en el que el presidente López Obrador tenía, visto desde el escenario principal, el Palacio Nacional a su izquierda, la Catedral Metropolitana con su simbolismo religioso a la espalda, enfrente de él al empresario más rico de México y a las masas que aclamaban su discurso. Y arriba, junto con él en el templete, sólo una política invitada: la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, que también se asumía como anfitriona del evento. Nadie más, ni un gobernador ni ningún otro miembro del gabinete que todos estaban abajo en la sillería. El que quiera entender que entienda.
 
NOTAS INDISCRETAS…Las marchas del fin de semana, en contra del primer año del triunfo del presidente López Obrador, lograron concitar sí la presencia de ciudadanos en varias ciudades de la República, especialmente en la Ciudad de México, donde se vio un incremento de los que salieron a protestar contra el gobierno federal. Pero comparadas con las imágenes de ayer en el Zócalo, todavía las imágenes de ciudadanos inconformes con la actuación y las decisiones del presidente, no logran articular ni un discurso ni una convocatoria que rivalice siquiera con el apoyo popular del que sigue gozando Andrés Manuel. Lo mismo pasa con los partidos de la oposición que, siguen desarticulados, ensimismados en sus dinámicas internas y con un discurso y una estrategia opositora que, más allá del bloque que logran formar en el Senado para frenar algunas reformas constitucionales, todavía en términos de imagen y popularidad, no le hace ni siquiera cosquillas al inquilino del Palacio Nacional. O se ponen las pilas, ciudadanos y partidos que pretenden ser contrapesos del poder cada vez mayor del presidente y de su gobierno, o asistiremos al 2021 a un nuevo tsunami, tal vez ya no tan fuerte, pero igual de letal para la incipiente y desarticulada oposición…Se baten los dados. Escalera doble.

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