Hace varios años, yo compraba regalos en una joyería del Centro Histórico de Querétaro. La dueña, una mujer amable, había heredado ese local y guiaba a sus sobrinas para que asumieran el negocio; cada día les enseñaba lo que sabía sobre ópalos y perlas. Entre las joyas, en los entrepaños de vidrio del mostrador, un observador podía descubrir pequeños elefantes. La señora coleccionaba paquidermos a partir de un viaje a la India.

La colección comenzó, como muchas cosas de la vida, por accidente: un amigo de la familia escuchó la historia del viaje y después le compró un elefante en una tienda de Marruecos. Un cliente vio el elefante marroquí y le compró una figurita de mármol en Vizarrón. Sus vecinos y parientes comenzaron a agasajarla dándole elefantes para su cumpleaños y en cada celebración de vida. Ella no pudo menos que aprender cada vez más sobre las artesanías, su lugar de procedencia y los materiales en que fueron labradas, tejidas o ensambladas. Atesoró imágenes de los elefantes asiáticos criados en Tailandia, con la conciencia de que se trata de una especie en peligro de extinción.

La dama tuvo que investigar para conocer más sobre los refugios donde los crían, el trabajo que se realiza en los campamentos, las pinturas que algunos elefantes realizan con su trompa, llevando el pincel a la paleta de colores para crear autorretratos.
Sin que fuera su propósito inicial, ella se volvió especialista en elefantes. Leyó cuanto artículo tuvo a la mano, donde se debatían los pros y contras de los santuarios; conoció los diseños y elaboración de las mantas que los cubren en ceremonias importantes.

La mujer aprendió de memoria la antigua parábola de la India que narra la experiencia de varios ciegos que tocan una parte de un elefante y comparan sus percepciones. Cada uno tiene su propia versión y ninguna coincide con las demás. Algunos poetas, como John Godfrey Saxe, han dedicado su talento a escribir esta historia en verso. Los filósofos la emplean para explicar las diferencias que tiene un grupo al ver e interpretar la realidad.

Neruda, que viajó por todo el mundo, era muy joven cuando vivió en Asia como cónsul de Chile. En sus Odas elementales, conjunto de poemas en honor de las cosas fundamentales de la vida, como la alegría o el átomo, escribe sobre el elefante: “Espesa bestia pura, / San Elefante / animal santo / del bosque sempiterno, / todo materia fuerte / fina / y equilibrada, / cuero de / talabartería planetaria, / marfil / compacto, satinado, / sereno / como / la carne de la luna, / ojos mínimos / para mirar, no para ser mirados, / y trompa / tocadora, / corneta / del contacto, / manguera / del animal / gozoso / en / su / frescura, / máquina movediza, / teléfono del bosque, / y así / pasa tranquilo / y bamboleante / con su vieja envoltura / con su ropaje / de árbol arrugado, / su pantalón / caído / y su colita”.

Un pasatiempo, el que sea, nos enseña a investigar, a clasificar, a ordenar y a memorizar datos. Nos lleva a hacer diagramas, cuestionar autores, seguir tendencias y analizar un asunto. Hay que estimular a niños y adolescentes cuando muestren interés en algo: un deporte, la música de un grupo popular, un automóvil. Hay que acercarles información y procurar que vivan experiencias. Más adelante, podrán volverse expertos en su propio campo. Ya saben el camino.

José Emilio Pacheco, un poeta con la capacidad de observar el mundo, escribió sobre la granada: “¿En qué sueña la carne / de la granada / allá adentro / de su corteza efímera? / Quién sabe. / Desde aquí solo puede especularse / qué piensa: «Gozo de mi esplendor. / No durarán / esta apretada simetría / esta húmeda / perfección que me constituye / y me hace granada. / No otra fruta ni un árbol / o una brizna de hierba. /

Tampoco piedra, plomo o alondra. / Seré putrefacción / o bien, devorada / me haré sin duda carne de tu carne. / En ambos casos / ¿es necesario repetirlo? / regresaré a la tierra en forma de polvo / y desde ese polvo / (tú no) / reconstruiré mi perfección de granada»”.

Para escribir poemas, lo primero que se debe hacer es quedarse quieto, observar a nuestro alrededor y pensar. Un pasatiempo ayuda mucho.

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