Estoy bajando del auto, volteo nerviosamente para ver si no he olvidado nada del súper en la cajuela e ingreso a casa, al pie de la entrada me espera un tapete sanitizante, alcohol en gel y un pequeño cesto donde dejo el cubrebocas desechable (para disponerlo adecuadamente de manera posterior), que se ha vuelto parte de mi atuendo personal desde hace meses.

Dentro de la casa, en la “zona especial” que hace las veces de espacio de transición para todo lo que ingrese a la vivienda familiar, se encuentra un atomizador con otro sanitizante (agua con cloro al 0.1%) que servirá para limpiar todo aquello que contenga empaques y que he comprado en el supermercado o que alguien que no soy yo ha tocado. He limpiado todo aquello que se utilizará en la casa. Lavo mis manos exhaustivamente y cambio mi ropa si lo considero necesario, según si tuve contacto con superficies desconocidas. Prefiero exagerar.

Vuelvo a bajar del auto, ahora para ingresar a una clínica donde tengo agendada un cita médica que fue imposible postergar más, el distanciamiento ha durado más de lo que todos creíamos -de repente parece que los contagios no cesan e incluso se incrementan día con día-. La pandemia no da tregua. Toco el botón del elevador con mis nudillos cubiertos por la puño de mi camisa (procuro utilizar manga larga cuando salgo).

Ya en el consultorio, de manera muy responsable, me reciben con gel, me toman la temperatura y me cuestionan brevemente sobre mis síntomas o posible interacción con contagiados de Covid -ojalá todos los médicos y consultorios tuvieran estos protocolos-. Limpian frente a mi la silla que utilizaré, y los cubrebocas de médico y paciente solo se mueven informemente acompasados por un saludo sin contacto. Todos preferimos exagerar del mismo modo.

De regreso en casa y tras librar los minutos necesarios para ingresar con seguridad pasando por el protocolo sanitario familiar, escucho el sonido de una moto en la puerta de la casa. Es un repartidor de comida. Hoy es viernes y de las escasas ocasiones en que hemos encargado alimentos a domicilio -de negocios conocidos y cuya confiabilidad sanitaria ha sido probada por nuestros estómagos mucho antes de la pandemia-, hoy me toca recibirlos. Abro la puerta y, con cubrebocas a la vista, saludo al repartidor y recibo el paquete que de igual manera ingresa a la “zona especial” de la casa, para ser revisado y limpiado en lo posible. Me retiro el cubrebocas y lavo exhaustivamente mis manos. ¿Exagero aún?.

Durante ya casi cinco meses la vida se ha tornado así, de rutinas y cuidados, que aunque excesivos a simple vista -para unos-, buscan mantener alejado al SARS-COV-2 de mi casa y de los míos. Lo mismo o más inclusive, hace mi esposa. Nuestros hijos, aunque no con el mejor talante, consienten y se han acostumbrado. Todo son hábitos.

Hoy #DesdeCabina, en la entrega diecisiete de la serie el Verdadero Virus, quise compartir brevemente cómo cuido a mi familia y de paso cómo te cuido a ti, ya que si bien el mensaje “Regresar depende de todos” es muy claro, también debería ser claro que pensar en los demás es hacerlo en uno mismo. Y tú, ¿cómo me cuidas?.


Rector de la UNAQ
@Jorge_GVR

Google News