Me despierto, desayuno con alimentos cultivados en la huerta familiar, han pasado seis meses desde que decidimos crear ese pequeño espacio en casa desde el cual recogemos con cierta frecuencia algunos vegetales y frutas con las que preparamos alimentos. Esta iniciativa, junto  con otras como la disposición de residuos orgánicos e inorgánicos, producción de composta, captación de agua pluvial y energía solar, tratamiento del agua utilizada en casa, entre otras, han sido apoyadas conjuntamente por las diversas secretarías y dependencias federales, estatales y municipales e instrumentadas con el apoyo de estudiantes y profesores de diversas instituciones educativas en un par de meses.

Salgo de casa y utilizo el transporte público (ya sólo uso el auto personal para alguna situación extraordinaria) que con mucha celeridad ha migrado en su mayoría a utilizar tecnología híbrida (eléctrico y con celdas de hidrogeno) y cuya ruta troncal permite conectarme con otro transporte igualmente híbrido. En 35 minutos, exactamente lo mismo que con mi auto personal, llego a mi trabajo. Es el último día de actividades, previo a tomar el primer descanso para la tierra.

Este descanso para la tierra, que todos los países han acordado desde que concluyó la última crisis pandémica mundial, consistirá inicialmente en dos meses de trabajo y estudio desde casa para permitir que todos los ecosistemas en todas las regiones del mundo inicien su proceso de recuperación. Los diversos sectores productivos han exhibido una increíble capacidad de adaptación y, salvo ciertas excepciones naturales, la actividad presencial en este periodo se ha organizado humana y tecnológicamente para disminuir el impacto sobre la tierra. Las actividades escolares y laborales se desarrollan en su totalidad en línea, las diversas plataformas se pelean las novedosas ventajas y la ciberseguridad es ya una súper industria en la que convergen medios de comunicación, drones, vehículos aéreos, terrestres y marítimos junto a compras y entretenimiento en línea. El descanso para la tierra, que inició con dos meses cada semestre, deberá migrar hasta que se logre transformar la actividad laboral y educativa a lo largo del año para lograr un descanso hasta del 50% del tiempo que se vive presencialmente, es retador, pero así se ha acordado para preservar la existencia del planeta y sus especies.

De regreso en casa por la tarde me doy cuenta que la vida ha cambiado radicalmente, la actividad deportiva y de esparcimiento igualmente se ha transformado para ejecutarse parcialmente en línea, nuevas empresas, utilizando la nube y nuevos artilugios de realidad virtual y aumentada ofrecen servicios de acondicionamiento y ejercicio que se combina con sistemas de medición de la condición física permanente gracias a la conectividad y sensores inteligentes que se encuentran en nuestros cuerpos y que se “instalan” como calcomanías o tatuajes temporales, decorativos pero inteligentes.

Veo que mi nivel de estrés sigue bajando y mi edad metabólica ahora sí corresponde con la física. Veo a mis hijos y descubro que después del impacto del enclaustramiento de la última pandemia de la humanidad, hoy no solo se han acostumbrado al tiempo y vida desde casa, sino que hasta lo esperan con gusto. Hemos aprendido a estar más conectados a la tecnología, pero también con una conexión a las personas más rica y poderosa; finalmente aprendimos cómo y cuando desconectarnos para disfrutar de la naturaleza, que lentamente se recupera, y disfrutamos a las personas, tanto como atesoramos de nuevas maneras al planeta.

Y todo gracias a este llamado, que la tierra, o quien haya sido, nos hizo en la última gran pandemia de la humanidad. Hoy estamos más preparados para lo que venga, por fin aprendimos a construir un mundo al cual volver y volver mejor.

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