Hace un par de días, a mitad de su gira de agradecimiento, el presidente electo se descosió. Atribuyó las reacciones que provocó su afirmación de que México se hallaba en bancarrota, a una prensa fifí “que está muy atenta, sacando de contexto las cosas, buscando las podridas”.

Dijo Andrés Manuel López Obrador que existen camajanes “del conservadurismo, de la prensa fifí” que no quieren que se afiance su proyecto de cambio.

Un camaján, según el diccionario de la lengua, es un holgazán que se las ingenia para vivir a costa de los demás. Una persona que “con astucia sabe sacar provecho para sí de alguna situación”.

Así parece ver el presidente electo a los medios que criticaron el uso, digamos a la ligera, del término bancarrota. En todo caso, AMLO pidió a los camajanes “que acepten que algunos medios de comunicación se dedicaron estos 30 años a aplaudir y a callar y a obedecer, a quemarle incienso al régimen de un partido o de otro”.

Según el presidente electo, a eso (y a una pugna entre liberales y conservadores que lleva 200 años) se debe que, en cuanto habló de la situación del país, en cuanto dijo que hay una crisis en México, en cuanto usó la palabra “bancarrota”, los camajanes del conservadurismo y la prensa fifí se le lanzaran al cuello.

Ya entrado en gastos contra esa prensa que alguna vez calificó de inmunda, AMLO desnudó ante los reporteros la verdadera mecánica. El truco de la prensa fifí: “Sacan una nota y van a pedir una reacción”, dijo.

La prensa fifí, según el presidente electo, escucha una declaración suya y luego va “con el secretario de Hacienda o con Claudio ( X. González)”. En cuanto se halla frente a éstos les dice: “Andrés Manuel dice que hay bancarrota”.

Obviamente esto lo hace la prensa fifí con el fin perverso de que no se afiance el proyecto, de que no suceda el cambio.

De acuerdo con López Obrador, “también esto hay que modificarlo en el periodismo”:

“O sea, hacer más investigación, ser más objetivos, y que no haya medios tendenciosos… Que estén los medios lo más distantes que se pueda del poder y lo más cercano a la sociedad”.

Así que el presidente electo descalifica, denigra, da lecciones de lo que él espera que sea el periodismo.

Me parece una señal atroz.

De nuevo se discute qué actitud mantendrá el presidente frente a la prensa a partir del próximo 1º de diciembre.

En una columna anterior me pregunté si el candidato que vilipendió a los medios en las últimas tres campañas presidenciales iba a dar paso a un estadista que comprendiera el papel de la libertad de expresión en una democracia, y el papel de la libertad de expresión en uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo.

En un ambiente agudamente hostil para la prensa, las declaraciones de un presidente pueden tener repercusiones incalculables. Por eso resulta tan delicado el tema.

En aquella columna referí que muchas veces la verdad del futuro se encuentra en el pasado. Cité algunas de las frases que AMLO le ha propinado a los medios que no le fueron afines a lo largo de los años: “hampa del periodismo”, “pasquines del régimen”, “prensa inmunda”, “secuaces de la mafia”, “alcahuetes de la derecha”, “jilgueros del poder”.

A la vista de esto, milito en la franja que no se hace muchas ilusiones: López Obrador ha demostrado con creces que, en cuestión de crítica, posee piel delgada.

María Amparo Casar recordaba ayer que es falso que los medios hayan estado tan callados como dice el presidente electo. En un estudio reciente, Casar demostró, por ejemplo, que en 1996 hubo en la prensa mexicana 502 notas dedicadas a temas de corrupción.

En 2014, los medios dedicaron al mismo asunto 29 mil 505 notas.

“Nadie ha hecho más y mejor trabajo para exhibir la corrupción y la impunidad que los medios”, concluye Casar.

@hdemauleon

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