Barack Obama refrendó su presidencia por otros cuatro años más, al sumar 332 votos electorales frente a los 206 de su contendiente republicano, Mitt Romney, y una diferencia de más de 2 millones de votos ciudadanos. Las dos costas de Estados Unidos, occidente y oriente, se pintaron de azul demócrata en tanto el centro (salvo Colorado y Nuevo México) se cubrió del rojo republicano. Pero fueron los swinger states (estados columpio) como Ohio (escasos 2 mil votos de diferencia), Iowa, Nuevo México y Colorado, los decisivos para la victoria del presidente.

El mismo día de la elección las encuestas declaraban un empate técnico entre ambos candidatos: CNN estimó un apoyo de 49% para Obama y de 49% para Romney; la Universidad de George Washington indicó que ambos tenían 48% de apoyo; NBC News/Wall Street Journal indicó 48% para Obama y 47% para Romney; ABC News/Washington Journal mencionó que 49% de las preferencias irían para el demócrata y 48% para el republicano. De nuevo erraron los encuestadores, como sucedió en México, pero allá no se desgarran las vestiduras, menos se estima el error como causal de nulidad.

Es sorprendente que ante un escenario de ralentización de la economía no gane una fórmula “conservadora”; como señaló CBS News. Ningún presidente había sido reelecto con un desempleo tan alto (7%) desde Franklin D. Roosevelt. Los conservadores votaron en favor de Mitt Romney pero en un contexto de profundos cambios en la composición social de EU. En las encuestas de salida ganaba 59% del voto de los blancos y la mayoría de los casados y de la tercera edad. Sin embargo, Romney entendió que estos grupos no son ya mayoría en Estados Unidos. Su configuración está cambiando y eso, sobre todo reflejado en redes sociales, es lo que ha captado Obama muy bien.

Por eso 93% de los votos afroestadounidenses fue para Obama, 69% de los latinos, 60% de los jóvenes, así como 55% de las mujeres. Estos fueron, junto con el huracán Sandy, los factores decisivos de su victoria. La pluralidad (étnica, religiosa e ideológica, aunque nada más haya dos grandes partidos) en EU es cada vez mayor.

Una conclusión positiva de este ejercicio es que la democracia estadounidense, pese a su imperfección, logró una vez más poner de acuerdo a una nación de más de 300 millones de habitantes. Al final de la jornada, el republicano Mitt Romney felicitó públicamente a su opositor. “La nación eligió otro líder”, dijo en su discurso de aceptación de la derrota.

Un segundo periodo de Obama se presenta muy interesante para México, que estrena presidente dentro de tres semanas. Enrique Peña Nieto tendrá una excelente oportunidad de cambiar la relación bilateral con Washington si se sabe aprovechar el momento y su perspectiva a futuro inmediato, y no se persiste en el monotema de la seguridad: 1) dialogará y negociará con un presidente ratificado en buena medida por los latinos que en 12.2 millones (aumento de 26% frente a los 9.7 millones del 2008), acudieron a darle su voto, esperanzados por el arreglo migratorio; y 2) un presidente a quien apenas le dieron otro voto de confianza sus conciudadanos para que retome el crecimiento económico y disminuya el desempleo, de manera inmediata, si realmente aspira a pasar a la historia como lo hizo su antecesor demócrata Roosevelt en condiciones en verdad críticas de la economía estadounidense en los años 20 del siglo pasado.

La cuestión migratoria y el crecimiento económico de nuestro vecino norteño son dos megatemas en la agenda bilateral con EU de enorme impacto en México.

Si, como dijo Obama en su discurso de aceptación de victoria en Chicago, Illinois, “lo mejor está por venir”, hay una gran oportunidad de México también para escribir un nuevo capítulo de su historia diplomática, lleno de logros con Estados Unidos.

Investigador del IIJ de la UNAM

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