Después de meses de especulación en torno a lo que era a todas luces una candidatura anunciada, el exvicepresidente de EU, Joseph Biden, finalmente oficializó el jueves su decisión de contender por la nominación presidencial demócrata. Con una intensidad y solemnidad poco habituales en él, Biden —un político gregario, locuaz y apapachón— afirma en el spot de lanzamiento de su campaña que “estamos en la batalla por el alma de nuestra nación”. Convertido ahora ya en eslogan de campaña, refleja un viaje de reinvención para Biden: de senador a dos veces precandidato, a vicepresidente, al ahora candidato presidencial innato. Durante ocho años, su personalidad y éxito como actor político estuvieron entreverados con Barack Obama. Brilló en el halo de la luz que emanó de un presidente histórico, y es eso lo que en este momento preciso rinde una polaroid que lo retrata como el puntero camino a la contienda primaria de su partido. Pero esa imagen también lo encasilla; yendo hacia adelante, Biden tendrá que emerger de la sombra de Obama y marcar distancias con él, y definirse a sí mismo y delinear sus posturas sin sacrificar los beneficios que acarrea su asociación con el expresidente.

La hoja de ruta para su candidatura parece relativamente simple: es la cara más conocida en su partido. Se encuentra, aún sin haber estado en campaña, al frente de casi todas las encuestas relevantes a nivel nacional y en la mayoría de los estados en los que arrancarán las primarias. Para alguien que en el pasado tuvo problemas para obtener fondos para sus dos precampañas presidenciales previas, recaudó una cifra record de $6.3 mdd en las 24 horas subsecuentes al anuncio de su candidatura. Tiene los favorables más altos de todos los precandidatos y números desfavorables relativamente bajos. También es el demócrata con mejor desempeño en encuestas parejeras con Donald Trump (Biden lidera a Trump por 7 puntos mientras que Sanders lo hace por 3.5 puntos) y obtiene mucho apoyo de votantes registrados como demócratas sobre la base de la percepción de elegibilidad. Ninguno de sus rivales en el partido tiene el conocimiento y la experiencia en política exterior y seguridad nacional que Biden posee. Y si bien puede que no sea el demócrata más progresista, eso no es necesariamente una desventaja; aproximadamente la mitad de los votantes potenciales en la primaria demócrata se identifican como moderados o conservadores, y el tsunami demócrata de las intermedias de noviembre, con todo y las cuatro o cinco candidaturas progresistas emblemáticas como la de Alexandria Ocasio-Cortez, se dio a lomos de candidatos moderados y de centro en distritos más conservadores o competitivos. Ello podría convertirse en una ventaja en una contienda con 20 precandidatos donde muchos de ellos están buscando postularse desde posiciones progresistas en un partido escorado a la izquierda, lo cual, entre otras cosas, podría balcanizar y canibalizarle votos a Sanders. Y es el demócrata al que Trump más teme como contrincante en la elección general, sobre todo por que de los principales precandidatos es —como nativo de Pennsylvania y un hombre muy cercano a los sindicatos y a la clase obrera— el que más podría pelearle los votos de trabajadores de cuello azul que los demócratas perdieron en 2016 en tres estados que ahora serán bisagras cara al 2020: Michigan, Pennsylvania y Wisconsin.

Por supuesto, esto no significa que el camino de Biden hacia la nominación será fácil. Biden cuenta con varios pasivos y factores de riesgo. No se ha caracterizado en el pasado por ser buen precandidato, tiende a la incontinencia verbal e inexplicablemente, en plena época del #MeToo, mostró lentitud para encarar críticas —algunas detonadas desde el GOP y otras por gente cercana a Sanders— de que no sabe reconocer espacios vitales personales, al resurgir la acusación de que hace años supuestamente habría besado en la cabeza a una candidata local en Nevada en 2014. Pero la fortaleza de arranque de la candidatura de Biden pondrá además de relieve la falla tectónica en el partido entre moderados y el ala progresista del partido, y la disyuntiva entre construir el futuro del partido con un candidato que lo encarne, aunque les cueste la elección del 2020, o reconstruir coaliciones intrapartidistas reminiscentes del pasado —con alguien como Biden— capaces de derrotar a Trump.

Consultor Internacional

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