Transcurre ya el mes de mayo de este terrible año y prácticamente llegamos a dos meses de aislamiento tratando en vano de establecer una sana rutina para evitar los muchos días en los que el ánimo es golpeado por una realidad que ya supera cualquier ficción, que se afana en destruir cualquier expectativa y en socavar, inclusive la más sólida esperanza. Otros muchos libran batallas diarias contra la enfermedad en una guerra que sigue cobrando vidas, incluidas las suyas y evidenciando esa desnuda fragilidad que poseemos los seres humanos. Sin embargo, la necesidad obliga a considerar el regreso a lo que han llamado “la nueva normalidad”, lo cual significa reactivar las actividades productivas en aras de hacer frente a la peor recesión económica en un entorno por demás complejo y adverso.

Permítanme rescatar del párrafo anterior lo siguiente: el valor de las personas que siguen luchando, el dolor de las vidas perdidas, y en especial la esperanza. El valor de quienes luchan, aún sin las herramientas adecuadas, merece todo el respeto y la gratitud de nuestra parte; el dolor de las vidas perdidas requiere de acompañar a a las familias en su pena, pero sobre todo asumir la responsabilidad que nos corresponde para que no sean muchas más;  y finalmente la esperanza, la cual debemos mantener como una tabla de salvación en el más fuerte oleaje de esta tormenta perfecta que ya nos sacude absolutamente a todos sin excepción alguna. Habrá que valorar el enorme aprendizaje que nos brinda este aislamiento en todo aquello que concierne a las verdaderas necesidades que tenemos como personas, familias y miembros de una comunidad que anhelamos un mejor porvenir.

Como parte de esa sana rutina,  por las mañanas me siento frente a la computadora en un pequeño despacho y me intento conectar a aquello que me permite desempeñar el trabajo desde casa, rodeado por un par de muebles donde se pelean el espacio los  libros, revistas,  fotografías, discos,  películas, testimonios de viajes, obsequios de amigos viajeros y un enorme etcétera de cosas y detalles que me unen más con el pasado que con el presente. Todos esos objetos han sido parte de un largo andar por un cúmulo de caminos y veredas en todo lo que se me ha ocurrido incursionar.

Guardo también algunas cosas antiguas. Me gusta conocer y aprender sobre la vida de gente que ya no está,  en especial de algunos familiares y tal vez por ello me afano en conservarlas, a pesar de que seguramente son bastante inútiles para otros, aunque para mí resulta una manera de mantenerlos aún más cercanos y así abrigo también el deseo de que ese mismo afán lo pueda tener al tiempo alguno de mis descendientes, como un conjuro contra el olvido. No obstante, considero que es tiempo de depurar, objetos y propósitos, ideas y sueños, bienes y males. Saber que el tiempo que viene nos hará buscar satisfacción a otras nuevas necesidades muy distintas a las que nos movieron hasta hace apenas unos meses.

Aún en la distancia, nos requeriremos mas unos a otros para buscar, encontrar e instrumentar soluciones a lo que ya estamos enfrentando cada nuevo amanecer. Estamos aprendiendo que son indispensables las oportunidades, habrá que valorar el esfuerzo de quienes ayer las crearon y de quienes mañana puedan crearlas y compartirlas, pero también se necesitará de la mejor actitud, acompañada de voluntad y esperanza, para superar el tiempo que viene, también en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

Twitter: @GerardoProal

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