Muchas veces me he preguntado la razón o motivo por el cual nuestra ciudad es víctima de un ruido muy peculiar provocado por el ir y venir de tanta gente que día a día suena la bocina de su impaciencia y reduce el tamaño de su tolerancia ante una sociedad en pleno crecimiento numérico y en total competencia  dentro de un concurso indefinido, cuyo premio parecería ser la pérdida del privilegio de vivir una ciudad tranquila y acogedora. 

Estoy cierto que el crecimiento urbano acelerado en cualquier lugar del mundo, viene como decimos coloquialmente: “en paquete” y ello incluye tanto los beneficios como los problemas. Entre los primeros se encuentran el desarrollo económico que a través de empleos mejor remunerados hace frente y combate la miseria y la pobreza; la ampliación de oferta educativa que busca compartir el conocimiento, así como la formación técnica y profesional de los jóvenes para enfrentar un destino más noble; una mayor alternativa de bienes y servicios de temas diversos para el bienestar de los ciudadanos. 

Esta diversidad de industrias, comercios, servicios y más, son fundamentales para que  se multipliquen esos empleos y oportunidades y seamos una entidad donde también el visitante en general, deje una mayor derrama en beneficio de quienes habitamos un lugar tan singular. Soy un firme creyente de la importancia de la educación, del desarrollo y de la inversión que suman beneficios, pero también destaco lo fundamental de que las personas tengamos mayor conciencia de y respeto a nuestro entorno y de nuestros vecinos de toda índole. 

Sin embargo, ese crecimiento viene acompañado de muchos problemas y retos que ya sabemos en diversas materias como lo son la seguridad, la cultura cívica, la movilidad y muchos temas más sobre los que no quiero en estas líneas ampliarme. Permítanme puntualizar sobre una debilidad innata de la flora queretana que enmarca la zona urbana y sus alrededores, sin dejar de admirar   muchas especies de cactáceas, arbustos y  otros, carecemos de árboles y la maravilla de su silencio. 

Los grandes árboles son en realidad pocos en nuestro entorno urbano y aquellos que han crecido en lugares como los jardines, la alameda y zonas alrededor de la ciudad, son verdaderos personajes que irradian la sabiduría del silencio y la discreción. Algunos son testigos de momentos trascendentales de lo vivido en nuestra ciudad y me queda claro que no nos dirán nada de lo que ha ocurrido a lo largo de su tiempo, pero no podemos hacer un lado reconocer que son seres vivos y muchos lo seguirán siendo cuando nosotros hayamos dejado de respirar. 

Lo más importante es saber que su silencio nos puede resultar una ayuda en los momentos más importantes, cuando hay que enfriar la cabeza y tener claridad para enfrentar los múltiples vericuetos de la vida. La serenidad, la templanza, el buen aire y sobre todo, el silencio, nos son muy valiosos cuando hay que pensar y tomar decisiones para encontrar soluciones a las cosas. Caminar una zona arbolada que solo nos deje escuchar el viento, es un verdadero tesoro y un gran privilegio. 

Mantenerse en la orilla y no caer en el enorme caudal del ruido del estrés que propician la pérdida del control, es algo que hay que cultivar, como la intención y propósito de que en Querétaro se definan y procuren espacios con árboles para las generaciones que vendrán o que recién han arribado a la vida. Perdón que insista, pero tampoco dejo de considerar, que el silencio de los árboles sea también una señal de protesta por la falta de reconocimiento a los mismos.

 Si deseamos honrar la vida y conservar cosas buenas en una ciudad en pleno desarrollo y crecimiento, abrazar un árbol puede sonar un poco loco en principio, pero considero que ese abrazo va lleno de congruencia y sensatez para aprender de quienes no nos dicen nada y que han resistido hasta la propia modernidad en este Querétaro nuestro que deseamos conservar.

 

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