Pertenezco a una generación, la de 1968, que inauguró el proceso de democratización del país, lo que incluyó la desacralización del presidente de la República.

Marché con mis compañeros estudiantes de todas las procedencias (UNAM, IPN y Chapingo, significativamente), desde el Museo de Antropología hasta el Zócalo —reservado entonces para la glorificación del Señor Presidente— y frente a Palacio Nacional, me uní a quienes expresaban su repudio a Díaz Ordaz coreando: “¡Chango bocón, sal al balcón! ¡Chango bocón, sal al balcón!”

Cuento esto para decir que, a pesar de aquella experiencia, creo que el Jefe del Poder Ejecutivo de la Unión debe ser tratado con respeto porque representa a México. Sin embargo, esto se vuelve difícil cuando es el propio presidente quien no respeta su investidura, el que día con día alimenta odios desde Palacio Nacional.

El 13 de mayo se dio a conocer una carta inusualmente severa que el abogado Diego Fernández de Cevallos le dirigió al presidente de la República. Le exige que lo reciba en Palacio Nacional para que le sostenga de frente sus acusaciones, le dé derecho a responderlas y, finalmente, le advierte que de no hacerlo “resultará un difamador cobarde que denigra a México”.

Por su parte, ante el asesinato de Abel Murrieta, candidato de Movimiento Ciudadano a presidente municipal de Cajeme, Dante Delgado responsabiliza a López Obrador del clima de crispación. Mientras tanto, en las redes sociales los insultos al presidente son el pan de cada día.

Circula estos días un video en el que una mujer del pueblo se planta frente al vehículo del presidente y lo confronta de forma airada. Semanas antes, unos muchachos que viajaban en el mismo avión, habían insultado al presidente.

No es esa la manera en que en una democracia debería darse el diálogo y el debate entre los ciudadanos. Pero no es posible ignorar que, en un ejercicio sin precedentes, el presidente miente todos los días, acusa sin pruebas, denigra e intimida a quienes no piensan como él o se atreven a señalarle sus errores y los de su gobierno. Y alentados por las bravatas y las denuncias que se lanzan desde Palacio Nacional, muchos de sus seguidores injurian, amenazan e intimidan a los críticos. “Si me pide que mate, mato”, escribió en un tuit uno de sus seguidores.

El clima enrarecido, salpicado de sangre, en que se inscriben las elecciones del 6 de junio, ha sido impuesto en gran medida por López Obrador. El hombre que como presidente tiene la obligación de gobernar para todos, de alentar la fraternidad entre los mexicanos y el trabajo en común por el bien de la patria, se ha encargado de atizar el fuego, de promover el odio y la lucha de clases.

No hay forma de aprobar los insultos al presidente de la República, pero tampoco de olvidar que “el que siembra vientos, cosecha tempestades.” El hombre que, como candidato ofrecía amor, ha resultado un sembrador de odios.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate

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