Al PRD con añoranza; por una izquierda intelectual y progresista

 

Hace poco más de 25 años, en 1989, nació el Partido de la Revolución Democrática, con una vocación de lucha por la justicia y la igualdad, habiendo aprendido quienes lo integrábamos acerca de la importancia de abrazar la causa institucional de la democracia, al tiempo que se renunciaba a la violencia y la clandestinidad que había caracterizado a la izquierda mexicana a lo largo de buena parte del siglo XX. Atrás quedaban experiencias traumáticas como la represión estudiantil de 1968, los años de la Guerra sucia, la clandestinidad en que se mantuvo el Partido Comunista Mexicano por mucho tiempo, la derrota del Frente Democrático Nacional en 1988 y la constatación de que si la izquierda mexicana quería sobrevivir, tenía que aprender a jugar el juego democrático. Este cambio de perspectiva no fue nada sencillo, sobre todo si lo evaluamos a la distancia. 

Los partidos políticos de izquierda moderna alrededor de todo el mundo –por supuesto, esto incluye a la experiencia mexicana– habrían germinado y crecido en el suelo fértil de la experiencia soviética. En aquellas tierras, los ideales marxistas de combate a la desigualdad, socialización de los medios de producción y crítica de los modos de vida burguesa se materializaron durante la primera mitad del siglo XX. No obstante, esta experiencia no trajo como consecuencia el cese de la desigualdad y los privilegios de clase, sino que polarizó aún más a la sociedad rusa, hizo crecer de manera elefantiásica a la burocracia y generó una persecución en quienes no se alineaban con los ideales comunistas o se atrevían a criticar al sistema. Por eso es que los Partidos Comunistas de todo el mundo se vieron forzados a tomar distancia de este modelo soviético: porque produjo muchos muertos, desaparecidos, deportados, exiliados y la conciencia de que la lucha por la igualdad tenía que continuarse, pero por una vía más humana, más cercana a la gente, menos dominada por la ideología y más próxima a los ideales democrático. Por supuesto, no todos los comunistas pudieron dar este paso. Y muchos de ellos se quedaron atrapados en el laberinto de la ideología, añorando un pasado soviético que habían idealizado y teniendo una fe ciega en la revolución como destino de la humanidad. Quienes sí pudieron salir de esta prisión ideológica –entre ellos mi padre, Gilberto Rincón Gallardo– apostaron por la vía institucional, por la renuncia a las armas y por exigir al Estado su reconocimiento como fuerza política apta para participar en las elecciones, lo que finalmente ocurrió en 1979. 

A partir de ese momento, el Partido Comunista tuvo acceso a financiamiento público para acceder a la contienda electoral, logró representación en la Cámara de Diputados y llevó a la arena legislativa una serie de temas –como la despenalización del aborto, la renta básica o la educación de calidad– que ningún otro instituto partidista había enarbolado. Entonces, los comunistas demostraron que eran una fuerza política eficaz, con un ideario político fundamentado en la igualdad.  Luego vino el coyuntural año de 1988 y la experiencia del Frente Democrático Nacional, cuando quienes éramos -y seguimos siendo- de izquierda nos percatamos de que, para poder hacer frente a la competencia política inequitativa, teníamos que cohesionarnos como una fuerza sólida y unitaria. Aquel año no obtuvimos la victoria, pero aprendimos definitivamente que la lucha de la izquierda debía ser una lucha por la vía electoral y que enarbolara como bandera principal el logro de la igualdad y el combate de la pobreza, pero lejos de soluciones asistencialistas y más bien en armonía con el paradigma de los derechos humanos. 

Ahora, la izquierda y el PRD se encuentran en una encrucijada. No podemos negar que sigue siendo el único instituto político que ha denunciado a la pobreza como el principal problema nacional, y por tanto reivindica el ideario de la izquierda; pero tampoco podemos pasar por alto que muchas y muchos de sus integrantes han sido cuestionados sobre la transparencia y legalidad de sus acciones. Esta situación tiene que cambiar. Como heredera de un ideario político de izquierda y consciente de esta historia de encuentros y desencuentros con el electorado, observo con esperanza la candidatura de Agustín Basavepara liderar al Partido. Creo que él es un hombre bueno y coherente. Y de esas mujeres y hombres buenos y coherentes es que la izquierda está integrada, y a otros como ellas y ellos es que tenemos que ir sumando en el camino.

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