Se confirmó: se registraron menos homicidios en 2020 que en 2019.

En total, según los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), 35,484 personas fueron víctimas de homicidio doloso y feminicidio en 2020. Eso se compara favorablemente con las 35,616 víctimas de 2019. Para ser preciso, 132 personas menos fueron asesinadas en 2020, comparado con el año previo, y eso equivale a una disminución de 0.37%.

¿Tuvimos una mejoría? Pues de algún modo: menos víctimas siempre es preferible a más. Pero consideren que 132 homicidios menos en un año equivalen a un homicidio menos cada tres días (aproximadamente). En un país en el que tenemos un asesinato cada 15 minutos, no es mucha variación.

La realidad de realidades —la señal y no el ruido— es que el número de víctimas de homicidio no se ha movido mayormente a nivel nacional desde hace casi tres años. En nuestra sangrienta regularidad, tres mil personas, más o menos, son asesinadas todos los meses. De un mes a otro, suben los homicidios en algunos estados y bajan en otros. Y luego aparece algo que medio se asemeja a un patrón estacional: más homicidios en verano, menos homicidios en invierno. Pero, en general, la curva aquí sí es plana desde hace un buen rato.

¿Las causas de esta trágica estabilidad? No sabemos. O al menos no del todo. Si uno se aproxima con lupa al nivel local, es tal vez posible encontrar dinámicas que puedan explicar algunos leves cambios de tendencia. Si uno se va a la estratosfera, algunas causas estructurales —como la impunidad o la desigualdad económica— pueden aparecer en el radar. Pero, bien a bien, nadie tiene realmente una buena teoría para explicar nuestra larga meseta homicida.

Si las causas del fenómeno son opacas, sus consecuencias son claras. Una al menos: hemos normalizado tener elevados niveles de violencia homicida. Los reportes mensuales del SESNSP o del INEGI ya no son nota en ningún lado. No es motivo de atención mediática ni discusión pública que tres mil seres humanos sean asesinados todos los meses. Son parte del paisaje informativo, como las mediciones de la contaminación ambiental o los pronósticos del clima. Son algo que está allí en el trasfondo, pero no mueve a nadie.

Eso significa que no hay urgencia alguna para entrarle al tema. En ausencia de una escalada dramática o eventos de alto impacto, nadie se moviliza para exigir una respuesta eficaz de las autoridades. Con los feminicidios, hay algo más de densidad organizacional y acción política, pero, en el grueso de los homicidios, no hay voz que se alce para pedir que el asunto no se quede en el silencio y la impunidad.

Tanto la sociedad como la clase política han decidido que, mientras no haya brincos abruptos o matazones espectaculares, pueden tolerar niveles elevadísimos de violencia letal.

Me temo que eso no va a cambiar pronto y que eso que hemos visto en estos tres años va a continuar en el futuro previsible: tres mil personas asesinadas cada mes sin que nadie levante ceja.

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