Abuelito, ¿no que ibas a ir a Xalapa al cumpleaños de tu amigo?
—Fue justo el día que vinieron las autoridades para acordar la manera de legalizar nuestro proyecto educativo, aquí en Querétaro. Era una visita muy importante, porque de ella dependía la formalización para la creación de la carrera técnica en Artes Escénicas, ¡y ya quedó!
—Eso suena muy padre, pero yo te había visto muy entusiasmado preparando tu viaje.
—Era la fiesta para celebrar los 60 años de mi más mejor mejor mejor amigo de la infancia, desde hace 55 años. 
A pesar de ser tan opuestos en todo.
—¿Entonces no se llevaban bien?
—¡Al contrario! Pancho y su familia vivían en Xalapa 
y yo en Veracruz. Cada fin de semana llegaban a la casa de su abuelita, Estela y su madrina, la maestra Ino, que eran nuestras vecinas de puerta con puerta. Mi mamá sólo me permitía jugar con él, porque los niños de mi vecindario, según ella, eran muy groseros. En realidad era gente muy pobre, en cambio la familia de Pancho era rica y mi familia clase media, cuando aún existía esa clasificación socioeconómica en México. ¡Nos la pasábamos jugando todo el santo día!
—¿A qué jugaban?
—¡A Perdidos en el Espacio! Era una serie de televisión gringa, de una familia que viajaba al espacio, se perdían, y no podían regresar a la Tierra. Nos rotábamos los personajes. Ese fue mi primer contacto con la actuación. Las primeras vacaciones que tuve en mi vida, me invitó su papá a ir con él y su hermano mayor. Fuimos a un hotel, esos lugares que yo sabía que existían porque los veía en la tele y en las películas. Tenía una albercota en la que casi me ahogo, de no ser porque Pancho me salvó la vida.
—¿Cómo en las películas?
—¡Sí! Mi primer trabajo me lo consiguió don Nacho, su papá, que era ingeniero. En los 70’s estaban de moda los pantalones acampanados “Topeka”, yo no tenía dinero para comprarme unos porque eran muy caros y que me regala unos que eran suyos, ¿cómo no?, ¡y no me los quité hasta que se me rompieron!
—¿En serio era tan buena onda contigo?
—¡Y con todo el mundo!, pero también me rompió el corazón… Fue a Disneylandia, y cuando regresó me enseñó las fotos que se había tomado con los personajes de Disney, y yo… ¡me traumé!
—¿Porque no habías ido con él?
—¡No! Porque en las fotos, Blanca Nieves, la Bella Durmiente, Pinocho y Peter Pan, ¡eran humanos! Yo le dije que esos ¡no eran los personajes! Entonces me explicó la diferencia, que la verdad no entendí muy bien. Cada domingo, después de misa de 8, íbamos al cine, a la matiné que costaba 35 centavos y en uno de esos domingos, vi la película que cambió mi vida: El Mago de Oz, otro día te contaré de eso...
—¡Entonces, en verdad sí tuviste una infancia padre a su lado!
—¡Y adolescencia y juventud! Cuando yo iba a su casa, me presentaba a sus novias, ¡todas eran güeritas hermosas!, hasta que me llevó a conocer a una, la más hermosa y tierna de todas, y me preguntó que ¿cómo la veía para casarse con ella? ¡Patty me había fascinado! Un tiempo después asistí a su despedida de soltero, ¡la única a la que he ido en toda mi vida! Y fui su padrino de anillos. ¡Única vez que me compré un traje! Porque cuando fui al bautizo de Christopher, su hijo,  iba de mezclilla y tenis, como siempre.
—Me gustaría tener un amigo así…
—Un día, mirando nuestros relojes, Pancho me dijo que nos hicimos la promesa de que, aunque estuviéramos lejos, el primero que muriera, haría que el reloj del otro se detuviera, para avisarnos de nuestra muerte. 
—¡Pero tú no tienes reloj!
—Tengo uno. Está guardado. Aún no es tiempo de ponerme a verlo.

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