“El que con lobos anda, a aullar se enseña”, reza el refrán que me enseño un viejo cristero de Potrero de Gallegos; lo recordé al enterarme que, después de Siria (50 mil muertos en 2016), México fue el país más violento del mundo en 2016. El reporte del International Institute for Strategic Studies de Londres señala que lo que llaman el “conflicto” en México causó 23 mil  muertos en 2016. Irak tuvo 17 mil y Afganistán 16 mil. Se pueden discutir cifras y rango, y señalar que Brasil o Venezuela (28 mil 500 asesinados en 2016) nos disputa el segundo lugar, si no es que merece el primero, pero todo depende qué entienden los investigadores por “conflicto”.

No cabe duda que ha ocurrido una militarización de unas organizaciones criminales que no limitan sus actividades al narcotráfico y a la ordeña de los oleoductos, de modo que nos encontramos en un “conflicto de elevada intensidad”. Los lobos han enseñado y están enseñando a los jóvenes y a pueblos enteros a participar a sus actividades. Los investigadores del prestigioso instituto londinense se asombran de la cantidad de muertos en nuestra guerra —es una guerra y no hay que criticar a quien emplea esa palabra, en lugar del eufemístico “conflicto”—. Lo que los deja sorprendidos es que las muertes casi todas se deben a armas pequeñas, mientras que en Siria  tanques, artillería y bombardeos realizan la masacre.
 
Herman Melville escribió en Billy Budd que “el mal es la enfermedad crónica del universo; se contiene en un sitio e irrumpe en otro”. Y el poeta Auden dijo que el mal y el bien, “ambos se destruyen abiertamente ante nuestros ojos”. En ese momento, tanto en México, como en muchas partes del mundo, veo que es el mal quien destruye al bien. ¿Qué pasó con nuestro México, el que conocí en 1962 y que está desapareciendo a gran velocidad? ¿Y los atentados mortíferos en Turquía, Egipto, Irak, Rusia, Francia, Alemania y en cuantos lugares del mundo? Los terroristas ya no necesitan armas, ni financiamiento, ni órdenes para cometer con un camión o lo que sea una matanza masiva.
 
Adeptos de la “guerra santa” dispuestos a morir matando, o los  sicarios nuestros han inventado una nueva forma de violencia, a medio camino entre el terrorismo, la criminalidad y la patología; eso dificulta la lucha contra el mal, contra los “lobos” solitarios o no, motivados por disturbios psiquiátricos, drogas, fanatismo de diversa índole. En Europa y en otras regiones golpeadas por el terrorismo, no se sabe qué hacer para prevenir, disuadir, “curar” a los jóvenes que buscan en el yihad la manera de sentir que existen, valorizarse en la esperanza de una gloria mediática, aunque sea después de la muerte. En México no sabemos cómo prevenir, disuadir, “curar” a nuestros halconcitos que, al andar con los lobos se enseñan a volverse sicarios. A quien les advierte que tienen una esperanza de vida de cinco años, les contestan, riéndose, que no le temen a la muerte y que prefieren cinco años de una vida intensa, con dinero, coches, mujeres, a una larga vida de trabajo sin satisfacción.

Eso va para largo y no se debe subestimar la gravedad de lo que estamos viviendo. Hace cien años, el terrible bandolero Inés Chávez García, que había empezado sus estudios de violencia como revolucionario villista, llevó sus hordas a masacrar cientos de habitantes del pueblo de Degollado, después de robar, violar mujeres en presencia de su familia. Hizo lo mismo en Pénjamo, Cotija y, en mayo de 1918, en el pueblo de San José de Gracia, Michoacán. El sadismo cruel de nuestros presentes criminales y las mutilaciones que practican sobre sus víctimas, el hecho de que no respetan ni a las mujeres, ni a los niños, nos remite a esa época de barbarie que uno consideraba como definitivamente archivada. Lo cual plantea preguntas profundas y terribles. ¿Cómo recuperar los valores morales perdidos? ¿Cómo fortalecer la sociedad civil que formamos todos nosotros, la gran mayoría de los mexicanos que podemos ser, cada día, víctimas de los lobos?

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