El primer acierto del cineasta estadounidense Mark Osborne fue haber hecho una adaptación libre de El Principito (Le petit prince), clásico de la literatura francesa de Antoine de Saint-Exupéry (Lyon,1900-Isla Riou, 1944). El otro acierto del director es llevar el cine de animación a un nivel más alto de perfección.

En otras palabras y para que me entienda: la película y la novela van de la mano, pero cada quien por su propio camino.

Tiene, además, distintas estilos de animación y es una fiesta de color y texturas pocas veces visto. Pixar debe estar preocupada por la calidad animada de esta película.

Eso significa que usted, apreciado conocedor de la obra literaria, encontrará en la pantalla grande personajes que no están en la novela y se cuentan cosas que el autor original no incluyó.

Por si fuera poco el atrevimiento, el director de Kung Fu Panda, ofrece una versión con todos los males de la vida moderna, tecnificada y neurótica.

Los puristas dirán seguramente que la película es mala porque no se parece al libro; pero si fuera lo contrario dirían que es mala porque es igualita a la historia original.

Los detractores entonces lamentarán profundamente haber ido ir al cine a pagar casi 100 pesos por un puñado de palomitas y otros 100 pesos por un refresco de cola rebajado con agua.

Pensará que mejor hubiera sido quedarse en casas a leer ese libro que seguramente leyó en su tierna adolescencia y que tantos buenos recuerdos le ha dejado en su vida.

Correrá a contarle a sus hijos o nietos de cuando leyó El principito y le dirá a su prole que esas eran buenas historias, profundas, sabias , bonitas y nos las burradas de ahora.

Sus hijos, que no han leído El principito y que no piensa leerlo, pensarán con sobrada razón que su padre o su abuelo ya está “chocheando”.

Que la película de El principito no sea lo mismo que el cuento de El Principito, permitirá mantener tranquilos a los lectores puristas que temen ver hechos añicos sus sueños.

No vaya siendo que El principito de Saint-Exupéry aparezca en el cine con el rostro Christian Castro y que el aviador del cuento sea Ignacio López Tarso.

Todas las adaptaciones literarias del cine corren el mismo riesgo: ponerle rostro de famosos a los personajes milenarios y ahorrarnos la molestia de imaginar.

Gracias al cine, por ejemplo, descubres que el héroe de La Odisea de Homero, el musculoso Aquiles tenga la cara de Brad Pitt (Troya, Wolfgang Pettersen) que Jesús de Nazareno, en las películas mexicanas, habla como un turista español y tiene la cara de Enrique Rambal (El mártir del calvario, 1952).

Como todos los buenos cuentos para niños, El principito fue escrito por una persona mayor y de eso va el asunto: de la visión adulta sobre el mundo de los niños. Los niños no escriben para otros niños, escriben para su amigo imaginario o su muñeco T-Rex.

Antoine Marie Jean-Baptiste Roger Conde de Saint-Exupéry fue militar antes que escritor, aviador antes que artista, aristócrata y aventurero. Vivió en Buenos Aires, Argentina, casado con una millonaria salvadoreña, Consuelo Sucín.

Fue acusado de se expía que trabajaba para los alemanes y un día de tantos, en un vuelo de reconocimiento, nave y piloto desaparecen y no se vuelve a saber nada. Una historia de la vida real más interesante que la de James Bond, el agente 007.

Se cree que la historia de El Principito nació cuando el avión de Saint-Exupéry caen en el desierto del Sahara, teniendo como único sustento un racimo de uvas, dos naranjas y media botella de vino.

Luego de días vagando en el desierto más extremo del mundo, el escritor sufre de alucinaciones y cree ver a un enanito, con forma de niño, rulos de plata, que dice ser el príncipe de un lejano planeta.

El escritor y aviador es rescatado moribundo por un beduino. Escribe El principito en 1943, un año antes de desaparecer su autor mientras sobrevolaba el mar y lo demás es historia. FIN

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