En el afán de entender qué pasa y qué sigue para el PRI, siete meses después de su estrepitosa derrota electoral y cuando solo quedan los restos del otrora todopoderoso partido, recordé una de las sabias advertencias que el poeta francés del siglo XIX, Charles Baudelaire hizo en sus Pequeños poemas en prosa: “… de las trampas del diablo, la más lograda es persuadirnos de que no existe”.

Hay en el PRI un poderoso grupo, de cuya inexistencia ha convencido a todos que hace hasta lo inimaginable por mantener el control del partido, aún a riesgo de extinguirlo. Quien lo encabeza se ha referido a él como la Nomenclatura, no en el sentido castellano del término, lista de nombres, sino en la rusa, nomenklatura, para referir a la élite de la extinta Unión Soviética que dominaba Partido y gobierno.

Carlos Salinas de Gortari, en su libro México, un paso difícil a la modernidad, culpa a ese conglomerado de intereses, anteriores a su gobierno, de sabotear su programa reformista para restaurar un proyecto populista. Hoy, al cabo de 20 años, aparece paradójicamente como la figura más visible de la actual nomenclatura priista.

En los terrenos del tricolor se asegura que jamás han tomado el pelo a sus simpatizantes, mucho menos a militantes y cuadros dirigentes. Pero veamos un ejemplo reciente:

José Narro Robles, el respetable exrector de la UNAM, fue mencionado el año pasado como posible candidato presidencial del tricolor, que no lo fue. Sin embargo, el próximo domingo 24 de febrero, el Consejo Político Nacional lo ungirá presidente… no del partido, sí del comité organizador de los festejos por los 90 años de lo que fue su más remoto antecedente, el Partido Nacional Revolucionario (PNR).

Tendrá entonces la oportunidad de recorrer el país y acercarse a la militancia y a los cuadros dirigentes locales. Eso lo convertirá en automático —y ahí está la clave de la maniobra— en candidato a la presidencia del partido. ¿Apoyado por quién? Por su nomenclatura.

Nos explicamos: la lideresa nacional Claudia Ruiz Massieu es sobrina de Salinas de Gortari; el secretario general, Arturo Zamora, trae las marcas de Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa; el líder de la CNC, Ismael Hernández Deras, es hechura de Enrique Peña Nieto; y el líder de la CTM, Carlos Aceves del Olmo… pues él es como la gelatina, toma la forma de cualquier molde. Todos ellos son la nomenclatura y son maestros de gatopardismo, la simulación, los dados cargados, del manejo de caras que ocultan a quienes en realidad mueven los hilos, como las de Adolfo Lugo Verduzco con De la Madrid y Gamboa; de Jorge de la Vega Domínguez con Salinas y José María Córdova; de Ortiz Arana con Luis Donaldo Colosio; de Pichardo Pagaza con Zedillo; de Dulce María Sauri con Francisco Labastida Ochoa; de Palacios Alcocer con Roberto Madrazo; de Pedro Joaquín Coldwell con Peña Nieto; y de Enrique Ochoa Reza con José Antonio Meade y Aurelio Nuño. El mismo juego de los pasados 37 años.

¿Será que al brillante exrector Narro le tocará y aceptará jugar ese juego? ¿Será que en esa trampa de sombras será el próximo presidente del CEN del PRI y su nomenclatura? ¿Es realmente un priista puro o lo es meramente coyuntural?

Todo indica que estamos ante la repetición de la jugada del año pasado en la que nadie se enteró si Meade era uno de los suyos o simpatizante coyuntural. El desenlace de esa historia ya lo sabemos.

Por eso le decía que, al igual que el diablo, una de las más logradas trampas de la nomenclatura del PRI es la de haber hecho creer que no existe. Sin embargo, ahí está.

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