Los pésimos resultados electorales obtenidos por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en los comicios del primero de julio de este año y, por ende, su exclusión de todos los niveles del ejercicio del poder, demandan a este instituto político, si quiere sobrevivir, iniciar su tercera transformación en sus casi 90 años de existencia.

El voto que expulsó al tricolor del poder se concretó por la confluencia de varios factores, aunque el principal de ellos —desde mi punto de vista— fue el enojo de la ciudadanía, particularmente la clase media, por las medidas económicas adoptadas por el gobierno de Enrique Peña Nieto (“gasolinazos” e incremento del Impuesto Sobre la Renta) que afectaron seriamente la economía familiar de este sector de la sociedad.

Confluyeron los escándalos de corrupción e impunidad que se gestaron en el último sexenio, como el de la Casa Blanca, la llamada “Estafa maestra”, los hechos de corrupción en los que han estado involucrados ex gobernadores del PRI como el de Veracruz y el de Quintana Roo, el caso Ayotzinapa y hasta el plagio en que incurrió el presidente para elaborar su tesis de grado universitario.

Un elemento más: el surgimiento y fortalecimiento del Movimiento Renovación Nacional (Morena) que se convierte en la opción ideal para recibir el voto de castigo contra el PRI y evitar que el Partido Acción Nacional (PAN) regrese al ejercicio del poder.

Querétaro más grave. Parafraseando al ilustre colombiano Gabriel García Márquez, los resultados electorales del PRI en Querétaro se convirtieron en “la crónica de una muerte anunciada”.

En los comicios de 2012, los candidatos del tricolor a diputados locales obtuvieron 314 mil 59 votos que representaron 37.09 por ciento del total. Tres años después lograron sumar 244 mil 621 votos (31.95 por ciento del total).

En las elecciones de este año sumaron 188 mil 319 votos; es decir, 18.83 por ciento del total de sufragios emitidos, lo que significa que el PRI ha perdido casi la mitad de su caudal electoral en tan solo seis años.

Irremediablemente, el priismo queretano —de manera similar al nacional— va a la baja y, de acuerdo al análisis cualitativo de su situación político-electoral, muy seguramente seguirá en esa tendencia pues sus siglas (y su comportamiento) están vinculadas a la corrupción, a la impunidad y al mal gobierno.

Si a estos elementos agregamos las serias diferencias que al seno del PRI en Querétaro se han acrecentado al grado de provocar una permanente diáspora de militantes (el último que renunció a sus filas, apenas la semana pasada, fue el ex dirigente campesino, exdiputado local y expresidente municipal de Pedro Escobedo, Francisco Perrusquía Nieves), queda claro que su futuro es incierto.

La historia enseña. El 4 de marzo de 1929 nació el Partido Nacional Revolucionario, con el claro objetivo de terminar la etapa de los caudillos y de agruparlos, junto con las fuerzas políticas del país que se habían formado durante la Revolución de 1910, en un solo organismo.

Un nuevo suceso histórico y trascendental surgió nueva años después: la ruptura entre el general Plutarco Elías Calles y el entonces Presidente de la República, Lázaro Cárdenas del Río.

Esta situación provocó la primera transformación del partido que nació de la Revolución Mexicana. Cambiaron a toda la dirigencia nacional, incorporaron a varias centrales obreras, campesinas y organizaciones populares del país para tratar de convertirse en un partido de masas y mudaron de nombre; ahora se llamaría Partido de la Revolución Mexicana (PRM).

En 1946 el PRM se convirtió en el PRI, en el afán de institucionalizar la Revolución; ahora se enfocaría a conservar la hegemonía gubernamental y a implementar un nuevo modelo económico para llevar al país a la industrialización. Era, según el PRI, la Revolución convertida en gobierno.

72 años después tenemos claro que ese modelo económico ha caducado, que el tricolor ha sido expulsado del poder y, por consecuencia, que es tiempo de una nueva transformación.

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