Tabasco se va a unir, el próximo 1º de diciembre, a los nueve estados de donde han surgido Presidentes de la República en la época posrevolucionaria.

Después de Venustiano Carranza, originario de Coahuila, vinieron tres presidentes sonorenses: Adolfo de la Huerta, de Guaymas; Álvaro Obregón, de Navojoa; y Plutarco Elías Calles, también de Guaymas. El noroeste cedió su espacio al noreste con la llegada del tamaulipeco Emilio Portes Gil; terminando su cuatrienio, llegó el primer michoacano: Pascual Ortiz Rubio, quien fue sustituido de nuevo por otro originario de Guaymas, Sonora: Abelardo L. Rodríguez. Con él terminaron los periodos cuatrianuales y la preeminencia del norte, derivada aún de las fuerzas militares de la revolución.

Lázaro Cárdenas, el primer presidente que duró un sexenio en el encargo, era originario de Jiquilpan, Michoacán. Fue sustituido por Manuel Ávila Camacho, originario de Teziutlán, Puebla. El poder político se recorrió primero al centro y luego hacia el oriente con la llegada del primer presidente civil: el veracruzano Miguel Alemán Valdés, quien dejó el cargo a su paisano Adolfo Ruiz Cortines.

El Estado de México tuvo a su primer Presidente en la segunda mitad del siglo XX: Adolfo López Mateos, quien fue sustituido por el poblano Gustavo Díaz Ordaz. El centro de México reforzó su presencia con la llegada de dos presidentes nacidos en el Distrito Federal: Luis Echeverría y José López Portillo.

Aunque desde muy pequeño Miguel de la Madrid hizo su vida en la capital del país, nació en Colima con lo que ese pequeño Estado sumó un Presidente. Continuó la preeminencia del centro con Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y Vicente Fox. Este último, aunque lo identificamos como guanajuatense, nació en el Distrito Federal. Felipe Calderón fue el tercer presidente michoacano y Enrique Peña, el segundo del Estado de México.

Cuando Carranza estaba construyendo su presidencia, el general sinaloense Salvador Alvarado fue enviado a pacificar Yucatán y el michoacano Francisco J. Múgica a llenar el vacío de poder que había en Tabasco. La presencia del norte en el sureste fue signo distintivo del ejército constitucionalista que promovió liderazgos locales como el de Carrillo Puerto o Garrido Canabal.

La novedad de hoy es que tendremos al primer tabasqueño despachando en Palacio Nacional, llevando de este modo al sureste a la geografía presidencial. Por primera vez se diseñarán políticas con mentalidad del sur para el centro y el norte.

López Obrador es un tabasqueño orgulloso de sus orígenes. Desde su primera campaña presidencial conectó con los suyos, con las personas que habitan los lugares que registran el mayor atraso y las mayores brechas de desigualdad. La novedad en la elección reciente fue la fuerza que tomó en el norte, ese norte que tiene reclamos diferentes pero que se suma al anhelo de un México en paz. El Presidente que llegó del sur nació y creció en el Estado más verde de la República, en el más líquido por la desembocadura del Grijalva y el Usumacinta. Ese hecho le hace tener una visión distinta del país, la cual se ha enriquecido con las múltiples giras por todo el territorio nacional a ras de suelo.

La descentralización de algunas dependencias; unir con una ruta de tren a Palenque con Cancún; los proyectos transístmicos; la recuperación de PEMEX; una nueva política agropecuaria o la visión de la educación y la salud públicas; están íntimamente ligadas a su formación y experiencias de vida.

La política se les da a los tabasqueños de manera natural debido —dicho por ellos— a que el calor los expulsa de las casas al fresco de las calles y las plazas. La gente de Tabasco pasa el mayor tiempo en el espacio público hablando de lo público. Andrés Manuel tuvo ese patrón de vida y se nota.

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