¿Próxima corrección presidencial? ¿Cuánto tardará el presidente en reaccionar al inminente colapso económico que minimizó hasta ayer? ¿Dirá que desde enero lo vio venir y que se ha venido preparando para hacerle frente, como lo dijo respecto de la emergencia sanitaria, a pesar de que hasta hace poco exhortaba al abrazo y a salir a comer fuera? Esta falta de consistencia entre los dichos presidenciales, más la lista de afirmaciones falsas y engañosas que ha inventariado la prensa en los últimos días, representan lo más contraindicado para la gestión de la crisis múltiple que apenas empieza.

Ello reproduce incertidumbre y temor entre la población y, algo fatal, le resta credibilidad a la autoridad: lo más tóxico para la misión de dirigir a la sociedad frente a un racimo de adversidades de duración indefinible, dicho esto para subrayar otra expectativa infundada del presidente: la de una transitoriedad corta de nuestros problemas agregados. Nada peor ahora que la sociedad advierta al gobierno y a los gobernantes perdidos en el laberinto de sus engaños o medias verdades.

Por ejemplo, la pretensión de sustituir los apoyos negados para evitar la quiebra masiva de empresas y la pérdida masiva de empleos, con un supuesto “modelo mexicano” basado en repartir dineros (no está mal, pero no es suficiente) a pobres y vulnerables, bajo el falso supuesto, además, de que con parte de esos apoyos se crean empleos. Ya un secretario de Agricultura vio a los campesinos del antiguo régimen como se ve a los beneficiarios de los programas sociales de hoy: organizados para votar, no para producir ni para apoyar la sobrevivencia de la planta laboral y productiva en una crisis de las actuales dimensiones. Sería irreal pretenderlo.

¿Irreal?

A propósito: reproducida en millones de pantallas frente a otros tantos mexicanos, la soledad presidencial en un palacio desierto dejó una sensación de mal sueño, de irrealidad, prolongada además en la desconexión con la realidad del mensaje dominical del presidente. A ello se agregó una percepción de vacío, como el hueco que dejó el silencio tras sus vivas a México, con otra oquedad: la que iba dejando el presidente en su discurso cada que no decía, no anunciaba, no respondía a las expectativas del momento. Nada para los mexicanos que, entre el temor del contagio, pierden súbitamente empleos y otras formas de ganarse la vida. Sólo las mismas rutinas mañaneras de polarización, voluntarismo y ruptura.

Irreal pareció también el presidente camino al estrado, con un rictus de agobio, propulsado por pasos silentes, helados, como en una pesadilla, finalmente interrumpida por los honores militares. Ya frente al micrófono, más que adusto, como ordena el manual en estas condiciones, su gesto parecía hosco, esquivo ante una mutación no prevista de la realidad, para la cual no alcanza su recetario (como tampoco alcanzaba ya, antes de la pandemia). Una escisión sobrevino luego entre ese sombrío, fatigado lenguaje no verbal y sus revitalizados mensajes verbales: beligerantes contra sus críticos, supuestamente encaminados a beneficiarse de la crisis múltiple que le mueve la escalera a su sueño de trascender a la cabeza de una discutible transformación histórica.

¿Derrumbe?

De alto riesgo resultó el recurso de hacer suya la voluntad de dedicarse “a triunfar” de un Bolívar tendido por la enfermedad y los reveses político militares, porque revelaría un sentimiento de postración del régimen de la 4T, por su mala salud y los reveses de la realidad. Pero, ojo, la historia siguió y Bolívar vio la consumación de las independencias qué soñó, como AMLO consumó su sueño presidencial. Sólo que El general en su laberinto, el Bolívar de García Márquez, comprende hacia el final que “‘su sueño empezó a derrumbarse el mismo día en que se cumplió”.

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