El próximo 5 de mayo se cumplirán 30 años de la fundación del Partido de la Revolución Democrática, PRD. Será su último aniversario. En julio, el PRD desaparecerá. La mayor parte de las menguadas fuerzas que quedan en el partido han decidido optar por la autodisolución.

Las elecciones de 2018 fueron mortales en términos políticos y económicos para el sol azteca, que este año tendría que estar celebrando también el primer siglo de vida de su registro: el registro del viejo Partido Comunista. En esos comicios, el partido obtuvo sólo el 5.3% de la votación.

El golpe final llegó antier, cuando el coordinador de la bancada en la Cámara de Diputados, Ricardo Gallardo, y ocho legisladores más, renunciaron formalmente a la militancia, para, según dijeron, “poder votar libremente y sin línea política”, y para “aprobar las votaciones que beneficien al país”. Prácticamente todos ellos habían votado con Morena el dictamen de creación de la Guardia Nacional; todos ellos habían votado a favor en el tema del presupuesto.

Entre los legisladores que salieron están Héctor Serrano, Mauricio Toledo, Raymundo García Gutiérrez, Emmanuel Reyes Carmona, Luz Rosas Martínez y Lilia Villafuerte. Algunos de ellos tienen expedientes abiertos por corrupción, extorsión, amenazas, y desvío de recursos. Otros fueron requeridos en algún momento por robo, homicidio e incluso delincuencia organizada.

En la cúpula perredista se asegura que hubo una operación política llevada a cabo por Ricardo Monreal, Martí Batres, Dolores Padierna y René Bejarano, destinada a ofrecer a los legisladores candidaturas y presupuesto, y sobre todo impunidad, a cambio de los votos que pueda requerir el proyecto lopezobradorista (Villafuerte y Reyes Carmona, por lo demás, trabajaban, desde siempre, alineados con el grupo de Bejarano).

Al conocer la salida de los legisladores, la propia jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum señaló que, “tanto en el caso de quien fue jefe delegacional de Coyoacán (Toledo) o quien participó como secretario de Semovi (Serrano) en la anterior administración, me parece que no deberían integrarse a Morena”.

Entre las razones que los diputados esgrimieron para justificar su salida se encuentra el supuesto rechazo —siete años después— a que el PRD se hubiera aliado con el PRI en el pacto con México. Su salida deja al sol azteca con solo 11 diputados, lo que convierte a esa bancada en la última fuerza política de la Cámara.

A raíz de los últimos reveses los restos del PRD enfrentaron la disyuntiva “de disolver o transformar”.

Los Galileos y Nueva Izquierda apoyaron la disolución. En el partido, por lo demás, corren insistentes rumores de que el siguiente golpe lo dará Juan Zepeda, al pasarse a Movimiento Ciudadano.

En una tentativa desesperada, Galileos y Nueva Izquierda plantearon la autodisolución. En ese proceso, la tribu conocida como Los Chuchos —Jesús Ortega, Jesús Zambrano, Carlos Navarrete—, se haría a un lado, dejando el liderazgo del instituto en una dirección colegiada: un relevo generacional compuesto por Fernando Belaunzarán, Ángel Clemente Ávila, Stephanie Santiago, Adriana Díaz y Karen Quiroga.

El 9 de diciembre pasado se venció el plazo para renovar la dirección perredista. El partido contempla llevar a cabo elecciones internas en julio: actualmente trabaja con el INE para que dicha elección se lleve a cabo de manera electrónica.

El siguiente paso sería anunciar la muerte del PRD y convocar a las 80 agrupaciones políticas a las que el INE les negó el registro para intentar construir con ellas, y con la sociedad civil repudiada por la 4T, “una nueva fuerza social demócrata”.

La decisión está prácticamente tomada. Las horas del PRD están contadas. Termina una época en la vida democrática de México. Una era de conquistas innegables y de un naufragio de proporciones no vistas en un partido que en dos ocasiones estuvo a punto de alcanzar el gobierno de la República.

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