Escuché hace varios meses una historia a la cual le doy toda la credibilidad por la fuente. Se dice que fue un artículo de la autoría de Germán Martínez, publicado en el periódico Reforma, lo que llamó la atención del entonces aspirante presidencial Andrés Manuel López Obrador, momento a partir del cual se convirtió en un objetivo  sumar a su proyecto político a quien había sido presidente nacional del PAN, doctrinario al interior, pero también un crítico sin tapujos de la crisis democrática que vivía el partido donde militó 30 años. El artículo, fuerte contra Acción Nacional, le concedía probabilidad, sin calificativos personales, a quien buscaría por tercera vez ser mandatario.

Germán Martínez es un ente raro en la política mexicana, donde la palabra renuncia parece no existir en el diccionario, lo que él ha hecho con congruencia, otra característica escasa en el medio. Dimitió como presidente del PAN, siendo su amigo Felipe Calderón el primer panista del país, después de los resultados de las elecciones de 2009, cuando el partido en el poder tuvo un notorio retroceso, perdiendo gubernaturas, alcaldías y la mayoría en la Cámara de Diputados. Ahora renunció a una dependencia más importante que varias secretarías de Estado, encomendada como recompensa a su incorporación al movimiento político de AMLO y sin duda a sus capacidades.

Si bien, la renuncia del ahora ex director del IMSS vino casi paralela a la de Josefa González Blanco, las razones fueron muy distintas. La decisión de quien hasta el sábado fue la titular de Semarnat tuvo que ver con un error personal que podría costarle mucho a la 4T y sus filosofías sobre cómo y para qué se usa el poder. En el caso de Martínez Cazares no había aparentemente una presión para que dejara el puesto, más que la que él mismo percibió durante los meses que estuvo al frente del instituto que, conforme a su diagnóstico, corría grandes riesgos de funcionamiento de seguir bajo las políticas administrativas actuales. Martínez también denunció situaciones que podrían prender focos amarillos, con advertencias tan delicadas que en la materialización de el “se los dije” perderíamos todos.

Sin duda Germán también sabía que su reputación personal estaba en juego. Su apuesta en el IMSS fue altísima y en diversas entrevistas se comprometió a metas que se alcanzarían durante su gestión que no iban por buen camino. Germán tuvo entonces razones institucionales y personales, siendo leal, aunque no fue incondicional. La diferencia es de fondo. Algunos políticos prefieren a los incondicionales, porque no cuestionan, sí ejecutan, aún cuando creen que las indicaciones no son las correctas, el soldado que camina al precipicio. El que es leal está sumado al proyecto, pero con base en esa lealtad cree que es su deber hacer del conocimiento de la persona a la que le debe lealtad cuando algo no está bien a su parecer.

La renuncia de Germán trae consigo otras incógnitas. No ha quedado claro si su regreso al Senado será como legislador de Morena, partido que lo postuló, o regresará como independiente o incluso a otro partido. La carta de renuncia al IMSS no es de ruptura con AMLO ni con el partido, por lo que se supone que regresará con quien lo llevó al Senado. Si a la renuncia al IMSS se sumara la negativa de permanecer como miembro del grupo parlamentario de Morena, se perdería una figura que fue referente y quizá hasta garante en el 2018 para muchos electores dudosos de derecha o humanista.

Será la carta de catorce cuartillas, como aquel artículo, un asunto que llame de nuevo, en lo privado, la atención de AMLO, aún y cuando no haya coincidido en principio con el expanista y su renuncia al IMSS. Al final Martínez podrá no haber sido incondicional, pero quizá tuvo la lealtad necesaria para que vuelvan a echar mano de él, pero eso el tiempo y las decisiones del gobierno lo dirán.

Google News