Para todos los que presenciamos épocas de transición y experimentamos la sensación de llegar al éxtasis emocional, demasiado rápido, mediante los hechos que alimentan musicalmente el alma; para todos nosotros, existe el poderoso Vive Latino, que trae un cartel con ritmos invadidos por la nostalgia y las envidias generacionales. Por ello comentaré mis consideraciones a propósito de la edición 2018 de este festival.
En la primera mitad de la década de los 90, los festivales de rock se comenzaban a organizar en lugares lejanos del control de los “macizos”, para no tener tantos líos y poder sacar todo lo relacionado al rock salvaje, de esta manera se desarrollaban en algunas periferias de la ciudad; en canchas universitarias, explanadas y deportivos. Las bandas se explayaban y hacían explotar la época del inicio de una nueva etapa en festivales de rock.
Sin embargo para 1997, la prohibición de conciertos masivos al aire libre en la Ciudad de México, orilló a OCESA a la organización del festival iberoamericano con más reconocimiento, el poderoso Vive Latino que se celebró en 1998. El cartel de ese año incluía bandas con un camino en punto de consagración a los grandes dioses del rock, tales cómo Santa Sabina, Aterciopelados y algunas poderosas antañeras como El Tri de Lora o La Maldita Vecindad, entre otros.
En todo ese andar y a lo largo de estos años, el Vive Latino ha expandido una oferta, dejando claro que la calidad musical es lo más importante; en 2001 incorporó el escenario de electrónica, y desde el 2006 se ha realizado, por lo menos, en dos días. En 2007 fue la primera vez que tocaron grupos no hispanoamericanos y cuatro años después se comenzó con la presentación de documentales sobre arte y cultura. En el primer escenario inició un gran ritual, en el que las bandas que cierran tienen cierta complicidad con grupos regionales, lo que extasía a los asistentes.
Vivir el rock como una situación de alma pura, en una experiencia colectiva, a través de grupos que manejan la amplificación del sonido, aunado al uso de imágenes; eso es el poderoso sentido de festejo que emana el Vive Latino. Con la peculiar y acentuada expectativa que provocan las bandas anunciadas con anticipación, lo que irremediablemente conlleva a la sagrada discusión entre la comunidad rockera, dejando en claro la sapiencia sobre la inclusión o exclusión de bandas en los diversos géneros, dando así fuerza a las redes sociales, lo que magnifica y agiganta el enorme ego del festival.
Se trata de la expresión del alma, del espíritu que enaltece la intuición de la música, y provoca un interés de las bandas no sólo para vender discos, figurar en las marquesinas o ser teloneros de conciertos, ya que eso sin duda queda de lado, por lo que conlleva a la creación de nuevas canciones.
De manera recurrente se presentan los llamados a ser las grandes estrellas del mundo rockero, tales como Café Tacvba, Molotov y Caifanes, entre otros, quienes bajo la ilusión de la nostalgia, tienen una gran responsabilidad. Asimismo llegan bandas de corte internacional como Gorillaz, o solistas consagrados como Morrisey y más estrellas del firmamento.