El 1 de diciembre de 2018 marca un antes y un después en la historia de nuestro país.

Mas allá de la relevancia de actos protocolarios de un sistema republicano, los eventos celebrados desde el primer minuto de ese día dan cuentan de la profundidad del cambio que vive México, cuando en la Secretaría de Gobernación, en el Salón Revolución, el mismo sitio donde, en 1988, se cayó (o calló) el sistema, una mujer, la primera en asumir las tareas para la gobernabilidad, afirmó: “La política interior del país tendrá una visión distinta, la de una mujer”.

Los eventos emblemáticos se sucedieron uno tras otro. El diputado Porfirio Muñoz Ledo (quien interpeló por vez primera a un presidente de la República —a Miguel de la Madrid, durante su último informe, el 1 de septiembre de 1988— derrumbando así el mito del “día del Presidente”), 30 años después llamaba al orden a los legisladores y entregaba la banda presidencial a López Obrador.

Una vez rendida la protesta de ley, el presidente dirigió un mensaje sin desperdicio. Tras la cortesía honesta al mandatario saliente, sin ambigüedades, López Obrador presentó su diagnóstico y propuestas. “Recibimos un país en ruinas”, acotó, en tanto Peña Nieto no disimuló su incomodidad y optó por tomar nota.

Es inevitable recordar el discurso del entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, el 6 de abril de 2005, ante el pleno de la Cámara de Diputados durante el juicio de procedencia en su contra: “Comparezco con dignidad ante este tribunal por el juicio de desafuero en mi contra. (…) Cómo deben suponer estoy acostumbrado a luchar. No soy de los que aceptan dócilmente condenas injustas. Me voy a defender y espero contar con el apoyo de hombres y mujeres de buena voluntad. (…) No soy un ambicioso vulgar, ni llevaré a nadie al enfrentamiento. Todo lo que hagamos se inscribirá en el marco de la resistencia civil pacífica. (…) Ustedes me van a juzgar, pero no olviden que falta que a ustedes y a mí nos juzgue la historia”. Trece años y siete meses después, el juicio fue emitido.

El festejo popular a lo largo del día se convirtió en una verbena sin precedente. Dejó en el olvido el temor de los hombres de poder a la protesta, y las plazas cercadas por vallas y fuerzas de seguridad.

La entrega del bastón de mando de las autoridades de los pueblos originarios reivindicó nuestra multiculturalidad e invistió al presidente de la legitimidad de quienes durante décadas fueron invisibilizados.

EL UNIVERSAL sintetizó en una frase lo ocurrido: “En un día comió con un rey y se hincó ante un indígena”. Símbolos inequívocos de un país que ya cambió.

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