Mucha controversia ha generado el Plan Nacional de Desarrollo 2018- 2024, cuyo contenido plantea metas que se ven difíciles de alcanzar. Sus postulados y los números presentados como objetivos para este sexenio han levantado más de una ceja entre los expertos, principalmente en materia de seguridad y crecimiento económico. Efectivamente no se recuerda ningún PND que haya sido pesimista con respecto al crecimiento de país, tanto en lo social como en lo económico. ¿Qué podría ser diferente en esta ocasión?

A lo largo del sexenio del Presidente Enrique Peña Nieto México, nuestra economía creció el 2 por ciento promedio, sin que se lograra un solo año por lo menos donde hubiera un repunte en este indicador económico. El consuelo durante todo el sexenio era que sí crecíamos aunque fuera poco, esto en comparación con el desempeño de otras economías emergentes e incluso algunas desarrolladas que estaban cerca de cero en relación al incremento del PIB. El sexenio de Felipe Calderón tampoco fue uno de gran desempeño en este rubro, pero al menos tuvo un factor externo que lo condicionó y en parte lo condenó, la crisis de 2008, que marcó el segundo tramo de la administración del panista que tuvo que regresar el poder al PRI.

En sus intenciones, tanto Peña Nieto como Felipe Calderón apostaron a que habría crecimiento económico, planteándolo cada uno diferentes estrategias. En el caso de Calderón, este promovió en su campaña que sería el presidente del empleo, para lo cual necesitaba inversión, consumo, gasto de gobierno y un balance favorable de exportaciones, estas variables no crecieron lo suficiente para cumplir las promesas de Calderón. En el caso de Peña Nieto puso todos los huevos en la canasta de las reformas estructurales que deberían potencializar el crecimiento económico y superar el 4 por ciento anual de crecimiento del PIB, cosa que tampoco pasó, ni con la reforma energética, ni con la de telecomunicaciones, ni con la financiera.

Varios de los principales funcionarios de la Secretaría de Hacienda fueron los mismos en estas dos administraciones, incluso algunos venían de la de Fox y los menos sobrevivían a la de Zedillo. De sólida formación académica, algo parecía fallar en la estrategia de estos funcionarios cuando se implementaban las políticas fiscales, los ingresos y el gasto, lo que nos lleva a un factor común como determinante del fracaso de ese crecimiento esperado: la corrupción en todos los sectores económicos del país.

En la habitual conferencia mañanera de Andrés Manuel López Obrador, el titular del ejecutivo reiteró que las metas económicas plasmadas en el PND de crecer a un 4 por ciento eran posibles y de nuevo apuntó a que la columna vertebral era el combate a la corrupción, que los frenos a ese crecimiento de un país rico en recursos y en capital humano es el desfalco que ha sufrido nuestro país por décadas. El mexicano José Ángel Gurría, quien encabeza la OCDE, ha confirmado que esto es alcanzable pero bajo ciertas premisas.

Respecto a lo anterior el PND reitera el compromiso con la disciplina fiscal, la inclusión a la banca de más mexicanos así como la atracción de inversión y el fortalecimiento del mercado interno como elemento de consumo que detone el gasto y con ello el circulo virtuoso de cualquier economía que aspira a crecer.

El PND enuncia implícitamente que México sólo puede crecer en un esquema de honestidad de los funcionarios y de los empresarios, lo cual no parece descabellado cuando muchas decisiones de gobierno han apuntado, por décadas, a beneficiar a quienes se encuentran en el poder y los socios coyunturales o habituales de ellos, sin voltear al resto de la población. Eso es lo que pudiera ser diferente en este sexenio, un compromiso no negociable en contra de la corrupción y a favor de la austeridad. Así, la meta, aunque compleja, puede ser alcanzable lo cual parece estar condicionado a que la línea troncal de honestidad no cambie.

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