Cerca de los comicios electorales y a punto de definirse quién ganará la Presidencia de la República, los partidos políticos empiezan a especular sobre su futuro, como gobierno u oposición. El PAN no es la excepción.

Acción Nacional nació y creció con una esencia de oposición. Rebelde ante el poder, así fueron sus propios militantes, aun contra gobiernos emanados de sus filas rechazando las líneas, pero gradualmente algunas cosas cambiaron y se empezaron a agachar cabezas ante los intereses y la presión del poder.

Así, en caso de que Ricardo Anaya ganara la presidencia, la dirigencia del PAN quedaría supeditada a Los Pinos. Como dirigente, Anaya fue implacable: nada se movió sin su consentimiento. Construyó un Consejo Político Nacional y una Comisión Permanente a modo, por lo que no hay razón para pensar que sería diferente como Presidente, desde donde tendría hegemonía plena sobre lo que pasara en su partido.

Otro escenario es la derrota del PAN, en cuyo caso habría una lucha interna por asumir el control del albiazul. Una primera posibilidad es el regreso del propio Anaya a la presidencia del PAN. El hoy candidato solicitó licencia para ser el abanderado de Por México al Frente; sin embargo, su periodo termina hasta que se haya llevado a cabo la elección interna para elegir al nuevo dirigente, lo que de acuerdo con los estatutos debe darse en el segundo semestre de 2018.

Jurídicamente es viable que Anaya fuera el dirigente que preparara su sucesión o su propia reelección, aunque el desgaste de la misma contienda presidencial podría ser un obstáculo. Otra opción es ampliar su periodo como dirigente en lo que se calman las aguas, aunque esto sería en contravención a los estatutos de su partido, pero pudiera haber la intentona, para lo que ya algunos anayistas han declarado que no habría condiciones para renovar la dirigencia en 2018.

Por supuesto que de no ganar Anaya el 1 de julio existen varios panistas en posiciones clave que querrán reconstruir el partido, empezando por su dirigencia. Uno de ellos podría ser Javier Corral, quien contendió contra Ricardo Anaya por esa posición en 2015; sería un duro opositor de un potencial gobierno como el de Andrés Manuel López Obrador, aunque el gobernador de Chihuahua podría carecer del apoyo de sus colegas gobernadores de Acción Nacional.

Precisamente los gobernadores panistas serían una voz cantante para determinar el apoyo a la persona que pretenda ser su dirigente, donde no se ve a ninguno de ellos separándose de su cargo, sino apoyando a perfiles como Roberto Gil, quien ha jugado un papel crítico de la dirigencia pero se ha mantenido congruente e institucional. También podría entrar en esa lista Ernesto Cordero, cercano a los senadores que hoy son gobernadores y que tendrían mucho poder para definir esa posición. Tanto Gil como Cordero son parte de un influyente grupo de senadores, algunos ahora gobernadores, como Carlos Mendoza Davis, donde destaca también el queretano Francisco Domínguez Servién, quien toma fuerza en este grupo de mandatarios.

Finalmente, Rafael Moreno Valle podría entrar a la disputa por la presidencia del partido, aunque sus posibilidades estarían atadas al resultado por la gubernatura de Puebla, donde su esposa es candidata. De lograr el resultado, Moreno Valle sería fuerte aspirante.

En caso de que el PAN no logre la Presidencia, no sólo habrá quienes empujen un cambio de mando en el CEN panista, sino que deberá discutirse qué podrá y qué no hacer quien llegue a ese cargo. Quizá haya una mayoría que pujará porque jamás vuelva a ser el trampolín inmediato de ningún aspirante presidencial. Será hasta después del 1 de julio que empezará la nueva contienda, ésta por el control del partido.

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