Varias enseñanzas nos ha dejado la elección intermedia en Estados Unidos, en la que los demócratas se hicieron con la mayoría de la Cámara de Representantes, aunque los republicanos lograron mantener el control del Senado.

El triunfo demócrata en la Cámara baja representa un dique al control legislativo del que había gozado Trump y da paso a una etapa de revisionismo de sus políticas y acciones como presidente de ese país.

Los demócratas regresan a la mesa política de Washington y promete ser un interesante contrapeso al actuar de Trump. Pero no sólo eso, la agenda legislativa de ese partido se ha caracterizado por contener elementos altamente irritantes para el actual presidente, como lograr mejores garantías para los migrantes o un sistema de salud universal que dé cobertura a todos los ciudadanos.
La división del control de las cámaras obliga en el corto plazo a Trump a moderarse y ello es una buena noticia para la comunidad internacional que se ha visto desafiada con guerras arancelarias, cancelación de acuerdos multilaterales, y una alta y explosiva carga de consignas sin fundamento.

Pero para un bully profesional como Trump, el sentirse acotado puede generar el efecto inverso y llevarlo a una radicalización de sus declaraciones públicas, pues con ello aumenta el costo de la negociación con los demócratas y esto puede conducir a una espiral aumentada de descalificaciones contra sus principales enemigos: los medios, la Unión Europea y los mexicanos.

Trump ya ha demostrado que su discurso de odio vende, que decir algo hasta el cansancio puede volverse en una verdad para un segmento importante del electorado americano que hoy lo apoya ciegamente. Justo por eso, en su campaña no abordó el buen estado de la economía americana, que cuenta hoy con una tasa de desempleo muy baja, alrededor de 3.7%.

El presidente norteamericano decidió concentrar sus apariciones públicas —durante el periodo electoral—  en el tema migratorio, en cómo la frontera con México es el mayor problema que tiene EUA, en cómo entran diariamente miles de ilegales por Texas, Arizona, Nuevo México o California y cómo esas filtraciones vulneran a los ciudadanos americanos.

Un mensaje fácil, atractivo, reiterado que segrega y vulnera a muchos, pero que es compartido por una clase media-baja americana de zonas medianamente urbanas o rurales que se declaran patriotas o al menos nacionalistas.

La retórica de Trump tomó mejor rumbo cuando apareció una caravana de migrantes centroamericanos en Tapachula procedentes de Honduras y El Salvador y con destino Estados Unidos. Trump aprovechó la bocanada de aire que le dio este suceso para mostrar “con hechos” la amenaza de la que ha venido hablando y la urgencia de construir un muro fronterizo.

Muchos pensaron que un discurso tan radicalizado no prendería, pero hoy diferentes analistas dan por hecho que el discurso anti caravana fue lo suficientemente efectivo como para que el partido republicano conservara el Senado.

La primera consecuencia de esas elecciones es la alta polarización que mantiene la sociedad americana, dividida no ya bajo la lógica del desempeño económico, sino bajo preceptos ideológicos y su afinidad o no para con un presidente que provoca dicha división entre sus compatriotas.

Vemos que la retórica de Trump —sea como sea— funciona para ganar elecciones, y si bien no obtuvo triunfos aplastantes, si le sirvió para  mantener cierto control político cuando podría haber perdido ambas cámaras y muchas gubernaturas que también estaban en juego.

Una sociedad polarizada le funciona bien a Donald Trump pues le permite mantener cierto margen de maniobra y responderle bien a su electorado. Por ello lo más probable es que el discurso de odio siga vigente al menos dos años más hasta la elección presidencial de 2020, donde tendremos un nuevo dilema pues la falta de candidatos fuertes por parte del Partido Republicano vaticinan -hasta el momento- una repetición de mandato para el actual presidente.

Presidenta de Coparmex Querétaro

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