Un movimiento social y político ha irrumpido en el escenario político nacional. No es fácil caracterizarlo y es pronto para trazar sus fronteras. Más que la simple figura de López Obrador y su partido, es una coalición con fuerte presencia de elementos de izquierda, aunque con cuadros centristas y hasta derechistas; un armado político heterogéneo de figuras aglutinadas en torno al que probablemente sea el líder social y político democráticamente electo más importante del último siglo.

El obradorismo contiene a Morena como partido, pero lo desborda. Si Morena intentó en su origen ser una fuerza de izquierda pluriclasista (aunque genéricamente de izquierda) que incorporó a militantes políticos, intelectuales, activistas sociales y ciudadanos sin partido, el obradorismo es aún más plural. Es al mismo tiempo una estrategia política y una construcción pragmática. También un fenómeno social que podría tener vida más allá de una administración.

El obradorismo es una fauna variopinta de la que emanará un gobierno con luces, sombras y uno que otro sapo difícil de tragar. Hay cuadros de origen comunista como Alejandro Encinas, liberales con agendas progresistas como Olga Sánchez Cordero y hasta ex izquierdistas que pasaron alegremente por gobiernos priístas y volvieron al “lado correcto de la historia”. Hombres del antiguo régimen, que van desde ex zedillistas y uno que otro tyrannosaurus rex, complementan el cuadro.

Habitan también en el obradorismo rock stars de la nueva política, como Tatiana Clouthier, y un empresario llamado Alfonso Romo que públicamente enaltece el “derecho sagrado a la propiedad privada” y está llamado a ser una especie de vicepresidente, según parece haber dicho el propio AMLO. Y aunque irrite a los morenistas de la primera hora, hay también gente de escaso compromiso con el proyecto, pero mucha ambición de poder (en algunos casos por el poder de transformar, en otros por la mera frivolidad del poder) que hasta ayer se oponían a Andrés Manuel y hoy han logrado trepar hasta las alturas.

Imagino la próxima administración como una donde la agenda de izquierda estará en disputa, donde las bases de Morena y los sectores progresistas tendrán que presionar por la vía institucional o la movilización, para materializar una agenda de transformación. Mal harían sosegándose y creyendo que los cambios serán impulsados exclusivamente desde el Ejecutivo. No hay que llamarse a engaño: Una cosa es llegar al gobierno y otra muy distinta hacerse del poder.

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