A mediados del siglo pasado, el sexenio del presidente Lázaro Cárdenas se caracterizó por una política de control absoluto, un estilo de gobernar muy particular en que el titular del Poder Ejecutivo determinaba, no solo el destino de la nación, sino de cada rincón del país.

El presidencialismo mexicano, como en su momento lo definió Jorge Carpizo, para distinguirlo del régimen presidencialista, se caracterizó principalmente por el dominio absoluto del Presidente en todas las áreas e instituciones del Estado, sean federales o locales.

Lo anterior sentó las bases de aquello que Enrique Krauze bautizó como la “Presidencial Imperial”, una suerte de poder omnímodo, intemporal y permanente, donde nada se movía sin el consentimiento y conocimiento del Presidente.

En esas épocas, el poder era unipersonal y se ejercía desde la máxima magistratura, siempre bajo el cobijo de un partido o fuerza política, y no solo en el ámbito de sus facultades, sino ejerciendo las llamadas atribuciones metaconstitucionales; interviniendo directa e indirectamente en los destinos de los gobiernos locales.

Afortunadamente, en los últimos años, la democracia mexicana ha evolucionado y la pluralidad se ha hecho presente en nuestro sistema político.

El 1º de julio de 2018, México dio muestra de su madurez política, pues por primera vez en la historia la izquierda llegó al Poder, dando paso a una alternancia que, lamentablemente, ha sido sobreestimada por sus precursores.

No obstante, el partido en el Poder no ha estado a la altura de las expectativas, pues en una especie de remembranza, ha vuelto a prácticas que bien pueden encuadrar en ese “presidencialismo” que tanto habían criticado.

Para muestra dos ejemplos: la “Ley Bonilla” en Baja California y la “Ley Garrote” en Tabasco.

En la primera, se amplió indiscriminadamente el periodo del futuro gobernador de Baja California, pasando a 5 años de gestión, no obstante que los votantes lo eligieron sólo para dos.

En la segunda, se crearon delitos para evitar la oposición y libre manifestación en contra de obras públicas o privadas; tema que incluso cae ad hoc con el inicio de la construcción de la refinería en “Dos Bocas”, Tabasco.

De esta manera, en los últimos meses, el partido ha ejercido prácticas que, en su momento, condenó como oposición y que ahora está impulsando para “asegurar la Cuarta Transformación”.

En ambos casos, el titular del Ejecutivo Federal se ha desmarcado, argumentando que no tenía conocimiento de lo acontecido o que no le consultaron al respecto; sin embargo, ello resulta difícil de creer cuando él es el líder moral y político del partido que impulsa esas iniciativas.

A los demás, solo nos queda impedir que esa “transformación” nos lleve a un viaje en el tiempo que nos cueste 70 años de democracia y libertad, un viaje en el que revivan practicas anacrónicas como el presidencialismo mexicano que se abandonó hace mucho tiempo. ¿Estamos equivocados? Sólo el tiempo lo dirá.

Diputada local del PRI @AbigailArredondoRamos @AbiArredondo

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