Europa vivió en 2015-2016 la “crisis de los refugiados” que huían de las guerras en Siria, Irak, Afganistán, y tendrá que enfrentar durante muchos años la llegada de los “inmigrantes económicos” que vienen de una África en explosión demográfica, sin el desarrollo económico y político correspondiente. Nosotros realizamos de repente, con las imprecaciones de Trump contra esos mexicanos que roban empleos y riquezas, además de ser delincuentes que amenazan y corrompen a la gran nación americana, que nuestros compatriotas que se fueron a los Yunaites bien podrían regresar.

Dos acontecimientos, uno en Europa, el otro en América del Norte, que deberían abrirnos los ojos: hace muchos, muchos años que los “ilegales” se cuelan en EU, que los “sin papeles” entran a Europa. Incluso, en tiempos del presidente Obama, las expulsiones fueron más intensas que en lo que va de la presidencia de Trump. La otra cosa que no queremos saber es que México, año tras año, expulsa por su frontera del Sur casi la misma cantidad de mexicanos deportados desde el Norte. Somos el Trump de los hermanos centroamericanos y demás haitianos o ecuatorianos.

Lo que impactó nuestra imaginación y provocó nuestra indignación es el tema del Muro, con M alta, ese Muro que Trump prometió construir a lo largo de su campaña. Construido o no, el muro de Trump no servirá de nada, no resolverá el problema de la inmigración ilegal, pero tiene un impacto simbólico en nuestra imaginación. A lo largo de la historia, los muros no han servido de nada, los muros romanos no frenaron las grandes invasiones, la famosa Gran Muralla de China no tuvo ninguna utilidad hasta que el turismo la volvió una maravillosa atracción. El Muro de Trump, que sería el nuestro, como las vallas y los alambrados de púas levantados rápidamente en Europa en el verano de 2015, nos llevan a un conjunto de miedos, fantasmas, e interrogaciones serias, conjunto que se define con una palabra: frontera.

La frontera es mucho más que una línea administrativa y política, que un eventual obstáculo material; simboliza la relación que un país tiene con los otros, con los otros países y los otros hombres, con el Otro, aquel que Cristo llama “el prójimo”. Debería de existir una ética de la frontera, y no solamente una policía fronteriza. Abierta o cerrada, con muro o pluma, la frontera significa la voluntad de un gobierno, la voluntad de su pueblo, o de una parte de su pueblo, de aceptar o rechazar al otro. Hace poco leí a un autor francés, académico publicado por una casa editorial académica, que afirma lo siguiente: el regreso de las fronteras, en los hechos y las conciencias, es una buena noticia. Siempre y cuando se interprete y se use con discernimiento. Un mundo sin fronteras es un mundo bárbaro, algo que el horror de ISIS —el autor habla del terrorismo inducido por el Califato— nos ha recordado (Michel Foucher, Le retour des frontieres, París, CNRS, 2016).

¿Puede realmente una frontera cerrada por mil candados proteger del terrorismo a Europa y a EU? Muchos atentados en Europa han sido cometidos por ciudadanos europeos, radicalizados por la propaganda del Califato, no por refugiados sirios o eritreos. Los muros no pueden cerrar el paso a las redes sociales, a las voces e imágenes que corren en la red. Mientras tanto nos olvidamos de nuestros rollos humanistas sobre los derechos del hombre (de la mujer, del niño) y los polleros mandan sus pobres clientes a la muerte en los desiertos americanos, y en el Mar Mediterráneo; nuestros bandidos secuestran, roban, violan, matan a los inmigrantes que vienen del Sur en la esperanza de llegar a la tierra prometida del Norte. Sin hablar de las autoridades corruptas que en Europa, en México y en EU sacan todo el dinero posible de los pobres peregrinos. Se vale preguntar si el Estado que levanta una valla contra los que huyen de la muerte y de la miseria, no es igual de bárbaro que el Estado bárbaro que expulsa a los suyos.

Investigador del CIDE.

jean.meyer@cide.edu

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