El asesino serial conocido como el Monstruo de Ecatepec pasa los días aislado en una celda del penal de Chiconautla, en el Estado de México. Únicamente goza de una hora de sol al día. El resto del tiempo permanece solo, en el fondo de su celda. Debido a la saña con que cometió sus crímenes, le está vedado convivir con otros: los custodios saben que no sobreviviría un solo minuto si estuviera entre la población penitenciaria.

El Monstruo de Ecatepec le ha dicho a los custodios que cada tres meses necesita beber sangre humana. Su mujer, cómplice suya en más de diez feminicidios, le ha mandado decir que se corte los dedos y sorba su propia sangre, ya que “es lo único que puede calmarlo”.

Juan Carlos Hernández y Patricia Martínez recibieron, entre junio y octubre de 2019, ocho condenas que suman 327 años de prisión. Fueron detenidos en octubre de 2018 en Jardines de Morelos, cuando empujaban una carriola en la que había un torso de mujer —que pensaban tirar en un basurero. Llevaban varios años matando y descuartizando mujeres. Freían en aceite la carne de sus víctimas y la engullían. “Quedaba muy buena”, recordó Patricia.

Ella solía hacerse amiga de las mujeres que iban a matar. Las atraía a su domicilio con el fin de que tuvieran relaciones con Juan Carlos. “Mi relación con Patricia es como la de los leones, la leona trae la comida y él espera”, le dijo él a los peritos en sicología.

De acuerdo con el perfil que le practicaron en el penal, Juan Carlos se considera a sí mismo un demonio (aunque siempre “evade hablar de eso”). Se muestra extremadamente cortés cuando no tiene el control de las cosas, pero apenas estas se hallan bajo su dominio, comienza a mostrarse agresivo. Su autoestima es alta, se sobrevalora, considera que le agrada “mucho” a las mujeres y “que tiene facilidad para convencerlas”. Dice que su único error consistió en matar mujeres que vivían cerca de él.

Juan Carlos Hernández confesó a los peritos que había matado a muchas personas sin razón aparente. Algunas veces, “la parte demoniaca” que vive dentro de él se lo ordenaba; otras, simplemente sabía que debía matar porque comenzaba a dolerle la cabeza. “En una ocasión estuve a punto de matar a un transeúnte pero en ese momento pasó un conocido y me detuve”, dijo.

Juan Carlos fue militar durante tres años. Dijo que sus compañeros le llamaban “el terror verde” por el sadismo que mostraba cuando, en los operativos, sus jefes le permitían “divertirse” con las mujeres.

Vivió luego en Tepito y ahí se inició en la santería. En el brazo izquierdo ostenta un tatuaje de la Santa Muerte y en la mano derecha una imagen del diablo: “Está en la mano derecha, que es la ejecutora, es decir, la que asesina”, explicó.

Según el reporte, Hernández mató varias prostitutas sin dejar huella. Su madre acostumbraba a tener relaciones frente a él, y también frente a su padrastro. Desde los 18 años, matar mujeres le provoca placer. Admitió haber asesinado “aproximadamente a 80 personas”.

Patricia Hernández, su mujer, fue violada por un primo a los seis años de edad. Tuvo una vida de orfandad, miseria y malos tratos. Según su propio perfil, la necesidad de sentirse querida le hace mostrar altos niveles de sometimiento. Terminó trabajando como prostituta, “una forma de que los hombres la trataran con cariño”.

Juan Carlos la conoció en un antro y decidió matarla. Pero no lo hizo porque le gustó. Terminaron viviendo juntos. Mató a la primera muchacha sin que ella supiera lo que iba a hacer. Pero cuando vio que también a ella “le provocaba placer matar, le agradó haber encontrado a una persona que lo entendía”.

Comenzaron a matar mujeres. En dos ocasiones, Juan Carlos le pidió a Patricia que fuera ella quien las asesinara. Mataban a las mujeres que accedían a tener relaciones con Juan Carlos, por traidoras y promiscuas. Mataban también a madres solteras que, por tener que trabajar, descuidaban a sus hijos. “Ya no merecían vivir”, declaró Patricia. Muchas veces fue ella misma quien señaló a las muchachas que debían morir. A una hora específica, Juan Carlos hacía una seña. Ella cerraba puertas y cortinas. A veces se iba a cuidar a sus tres hijos, mientras él saciaba su “necesidad de matar”. Cuando la detuvieron, tenía en su poder una lista de posibles víctimas que había confeccionado ella misma.

Patricia cree que su detención fue un castigo de la Santa Muerte. Iban a ofrendarle el corazón de una sus víctimas, “pero el perro se lo comió… Fuimos castigados y por eso nos encontramos en la situación actual”.

La “parte demoniaca” le había dicho a Juan Carlos que su misión era “hundirse en la mierda para poder limpiarla”. Él asegura que volverá a matar si vuelve a pisar la calle, porque su misión es que las promiscuas paguen lo que han hecho y lleguen más pronto ante Dios.

Hoy, los Monstruos de Ecatepec se encuentran una vez por semana en el área de visita conyugal del penal de Chiconautla. Están ellos, las voces y los demonios.

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