Los siete policías de la Comisión Estatal de Seguridad, CES, que el 30 de noviembre participaron en el operativo de Temixco, Morelos, en el que murieron cuatro mujeres, un adolescente y un bebé, están sentados en círculo. Pregunté si podía hablar con ellos. Me dijeron que sí. Pregunté si podía interrogarlos libremente sobre lo que sucedió esa noche. La respuesta fue sí.

 

A estos agentes los acusan de irrumpir en la casa de José Valdez Chapa, El Señor de la V, jefe de plaza del Cártel del Sur en Temixco, y de haber perpetrado una masacre.

 

Desde aquella noche no han vuelto a sus domicilios. Sus familiares tuvieron que esconderse. Los agentes esperan el resultado de los peritajes que decidirán su destino.

 

“Si hubiéramos ido a masacrar a esa gente, ¿por qué sacamos con vida a seis niños y los subimos a ambulancias? ¿Por qué le perdonamos la vida al más peligroso de los que estaban adentro (Valdez Chapa), por qué no matamos a su hijo, aunque nos tiraron desde el baño y desde una recámara? ¿Para que íbamos a dejar testigos que nos hundieran cuando contaran lo que habíamos hecho?”, pregunta el policía que esa noche estaba al frente del grupo.

 

Y sin embargo, la historia está llena de puntos oscuros. Los agentes relatan que aquella noche, a las 2:55 de la madrugada, recibieron una denuncia anónima: en la calle Francisco I. Madero había vehículos, hombres armados. Según los agentes, un vecino les dijo que en ese domicilio solían meter personas “tapadas de la cara”.

 

Siete de ellos se trasladaron en la unidad 00120. Dos agentes viajaban adelante. Los otros cinco, atrás. Al llegar al domicilio vieron varios autos estacionados. “Una camioneta blanca, una pick up color vino, una Hummer gris, una cuatrimoto”.

 

El conductor de la unidad policiaca afirma que cuando ésta se aproximó, bajó “gente” de los vehículos y corrió al domicilio. “A dos les vimos armas cortas”, sostienen. Los agentes marcaron el alto. Uno de ellos bajó de la patrulla e intentó detener al que iba más rezagado. Hubo un forcejo. El oficial fue asido del chaleco y arrastrado al interior de la casa. El conductor de la unidad bajó con un escudo antibalístico.

 

“Oímos tiros y apagaron las luces. Vi que el compañero se trataba de cubrir, protegiéndose tras un vehículo estacionado en el patio. Enfrente había una escalera. El compañero al que habían arrastrado y yo nos acercamos a ella, cubriéndonos con el escudo. Comenzaron a gritarnos: ‘Se los va a cargar la verga, ya viene el apoyo, acá nos vamos a matar’”, recuerda el que iba al frente al grupo.

 

Los oficiales que quedaron custodiando la entrada, según el relato, pidieron apoyo. Los que estaban adentro, sin poder subir, y atrapados en distintos tramos de la escalera, dispararon a ciegas, “contestando a donde oíamos que venían los tiros”. Dicen que de cuando en cuando escuchaban gritos: “¡Pide apoyo!”, “¡Ahí está uno!”, “¡Ahí tienes a aquel!”.

 

Los agentes afirman que el tiroteo duró una hora y media. Que pasado ese tiempo, los de arriba gritaron: “¡Ya estuvo! ¡No tiren! ¡Vamos a salir!”. Que pasaron los minutos y la gente no salía. Que oyeron que movían y arrastraban cosas. Que una mujer gritó: “¡Ya van a salir, nomás se están cambiando!”.

 

Que de pronto alguien encendió las luces, y entonces José Valdez salió del baño cubriéndose con un niño y con un celular en la mano. Que detrás de él salió su hijo y que de un cuarto salieron dos hombres más. “Le grité: ¡Suelta al niño, quiero ver tus manos!”, relata uno de los agentes. El otro obedeció. Dicen que iba tranquilo, que no parecía un hombre al que acaban de matarle a su familia. Que al llegar a la Fiscalía les dijo: “Ya los tengo ubicados. A ver de a cómo nos toca saliendo”.

 

El oficial que iba al frente subió al baño junto con un paramédico. Entonces vio la escena. A las mujeres, al adolescente, al bebé. La defensa de las víctimas asegura que todo fue una venganza por el asesinato de un agente de investigación. Una juez liberó a los detenidos, alegando inconsistencias en el informe policial.

 

Ni Valdez Chapa ni los agentes tenían pólvora en las manos. Se determinó que las armas en poder de la justicia no eran las que fueron empleadas en el enfrentamiento. ¿Qué ocurrió?

 

Lo único cierto es que El Señor de la V se esfumó, y que luego apareció una narcomanta con los nombres de los policías involucrados. Estos se quiebran al contar su versión.

 

Dicen que esperan que la verdad salga a flote. Para que eso ocurra, se tendrán que iluminar los puntos negros. 

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