El nombramiento de Eduardo Medina Mora como miembro de la Suprema Corte fue un capricho y una imposición del Presidente. Éste, al proponer a Medina Mora junto con dos comparsas provenientes del ámbito judicial, privilegió la amistad y la cercanía antes que la capacidad y la idoneidad. Sin embargo, el Presidente no es el único responsable de la imposición. Para ello contó con la obediencia ciega de sus dos partidos, el PRI y el PVEM, pero también con la confabulación de la mayoría de los senadores del PAN. Fue de alguna manera su propia forma de mandar al diablo a las instituciones. La excepción fue sin duda el senador Corral, que dio un magnífico discurso en contra de la candidatura de Medina Mora y que evidenció públicamente las componendas entre el gobierno y el PAN para nombrar a futuros miembros de la Corte. Los senadores panistas se prestaron a este nombramiento quizá parcialmente convencidos de las ventajas de nombrar a alguien con quien comulgan en algunos temas, quizá también avergonzados de no poder rechazar a alguien que desempeñó un papel tan prominente en las dos administraciones panistas, pero sobre todo quizá votaron convencidos de las ventajas de la negociación cupular a la que aludió Javier Corral.

La presión de la movilización en contra de la candidatura de Medina Mora, pero sobre todo el volumen y la rapidez con la que se acumulaban las firmas en su contra surtieron en parte su efecto. Por lo pronto, el embajador se vio obligado a responder a las críticas de manera pública y notoria. Al hacerlo, evidenció aún más sus limitaciones y sus debilidades. Según él, “pretender atribuirme parte o toda la descomposición” que se observó en las áreas de seguridad y justicia entre 2000 y 2009, “es tendencioso, especulativo y poco escrupuloso”. Quizá a Medina Mora se le olvida que él fue el director del Cisen, secretario de Seguridad Pública y procurador General de la República en ese lapso. O quizá cree que él hizo muy bien su trabajo y que si algo salió mal fue por culpa de otros o simplemente debido a factores azarosos. Es claro que algo hace bien el ex embajador: deslindarse y no asumir su propia responsabilidad.

En todo caso, quizá valga la pena recordarle dos cosas que él mismo dijo y de las que no puede deslindarse tan fácilmente. En 2005 declaró que “criminales como Los Zetas quedan pocos”. Esto dijo quién hasta hacía poco había sido el responsable del área de inteligencia del país y que poco después asumiría el cargo de procurador General de la República en el gobierno siguiente. No sorprende que con un “diagnóstico” como este, Medina Mora haya apoyado y quizá promovido la guerra de Felipe Calderón contra el narco que dejó miles de muertos y desaparecidos por todo el país. ¿Cuán responsable es de ello? Eso es algo que aún está por investigarse.

Por otro lado, Medina Mora tampoco puede deslindarse de algo que dijo hace algunos años y que se conoce gracias a una filtración de Wikileaks: “El (Arturo Chávez, su sucesor) es abogado, uno bueno. Yo no lo soy … Él traerá la capacidad jurídica que yo no tenía.” A esa persona es a la que el Presidente propuso para el máximo tribunal de la nación. A él es al que el Senado, convertido en una oficialía de partes, dedicada a dar el visto bueno al cumplimiento de los requisitos (lo cual ni siquiera era evidente, ya que venía de residir varios años en el extranjero), aprobó por una mayoría calificada.

Por lo pronto, sus amigos, aunque incapaces de elaborar una justificación de por qué sí debería ser ministro de la Suprema Corte, al menos lo defendieron aludiendo a sus características personales: es buen hombre, buen padre y buen amigo. No es un mal balance para alguien cuyo paso por múltiples puestos en el gobierno federal ha dejado tan pobres y tan lamentables resultados. Al menos tiene buenos amigos que lo quieren bien, un puesto asegurado por 15 años y un salario anual millonario. La pregunta clave, sin embargo, es si un verdadero amigo no debió haberle dicho lo evidente: “No te expongas. Retira tu nombre del proceso. Ya no expongas al Presidente y no contribuyas a minar a las instituciones. No vale la pena. El país no lo merece.” Quizás esos son el tipo de amigos que le hacen falta al señor ministro.

Economista.

@esquivelgerardo gesquive@colmex.mx

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