Una reconocida periodista —perteneciente a uno de los oligopolios mediáticos que por años ha establecido un cerco pigmentocrático que excluye de sus pantallas a los no blancos y ha hecho escarnio de los pobres en sus programas de humor— pide la renuncia del director de un canal público porque en uno de sus programas se alude a “dos estudiantes blancos” y un entrevistador se ríe junto a ellos de sus privilegios.

Una actriz de telenovelas, que se identifica como “blanca” y “de ojos verdes”, cuenta en un tuit que en la escuela pública a la que asistió las maestras la “discriminaban” por su color y sus compañeros le “aventaban piedras”. Lo mismo hace un político en desgracia, reciclado en opinador, quien se incorpora a este nuevo “me too” de víctimas de tez blanca en México. Asegura que hemos sido “acosados” y “afectados” en nuestros derechos. Incluso nos hace una tremenda confesión: “también yo lo viví”.

Y hoy este columnista les cuenta cómo también lo vivió en carne propia. Fue terrible. Ocurrió en el CCH, cuando el primer día de clases acudió a las instalaciones de su plantel Sur luciendo las ropitas que mamá le había comprado durante las vacaciones de verano y una mochilita nueva donde se leía: “United Colors of Benetton”. En traducción al lenguaje ceceachero eso quería decir: “golpéame por favor”. Ocurrió así que dos estudiantes irrumpieron en el aula con unas tijeras para cortarme el pelo al grito de “¡ahora sí, pinche güero!”.

¿Fui víctima de discriminación por mi tono de piel esa y otras veces? ¡Por supuesto que no! Fui objeto de un bullying que causó uno de los años más infelices de mi vida. Que mis “victimarios” me despreciaran por ser güerito y privilegiado, y por usar una ridícula mochila que lo reafirmaba, es altamente probable. De ahí a aseverar que existe un patrón discriminatorio en México contra los blanquitos como yo hay un abismo más grande que el Océano Atlántico.

Discriminar no es mirar feo a alguien o hablarle mal. Tampoco es, necesariamente, ejercer acoso escolar. Discriminar es negar a un grupo de personas, de forma sistemática, su acceso a determinados derechos por razón de su tono de piel, fenotipo, condición socioeconómica, sexo, orientación sexual, etc. No es un hecho aislado que le ocurre a una persona, es un fenómeno estructural donde un grupo ha oprimido históricamente a otro a partir de una relación de poder.

Pensar que existe la discriminación de las mujeres hacia los hombres, de quienes tienen una discapacidad hacia quienes no la tienen, de los gays hacia los heterosexuales, de los pobres hacia los ricos o de quienes tienen tez oscura hacia quienes la tienen blanca es un absurdo que solo busca ocultar el propio privilegio.

Los compañeritos del CCH que llegaban a violentar a este columnista al salón de clases no ejercían discriminación. Es más probable que la sociedad ejerza discriminación sobre ellos. Quizás los movía un resentimiento comprensible. Puedo estar casi seguro que no han tenido las oportunidades que ha tenido quien escribe, pues muchas de estas —nos guste o no— tienen que ver con el tono de piel y el fenotipo, casi automáticamente asociados en México a una clase social. Distraerse en ejemplos casuísticos es mera distracción de lo que constituye un patrón generalizado.

Para ver que las posibilidades de movilidad social son significativamente más altas a partir de ciertas condiciones de nacimiento, antes que responder al mérito y el esfuerzo, asómense a la última Encuesta Nacional de Discriminación de Conapred, el Módulo de Movilidad Social Intergeneracional del Inegi en 2016 o el Informe de Movilidad Social del Centro de Estudios Espinosa Yglesias. Eso, claro, si no les basta con salir a la esquina para comprobar de forma empírica que el privilegio en México tiene tono de piel y la marginación también.

Repitan conmigo: la discriminación al revés no existe.

@HernanGomezB

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