Seguir a Christopher Wylie no tiene desperdicio. Gracias a sus testimonios sabemos la forma en que un poder oculto, que se remonta a Robert Mercer, el oscuro multimillonario neoyorkino que financió la operación informática ideada por Steve Bannon con Cambridge Analítica para encumbrar a Donald Trump, se propone ni más ni menos que cambiar de raíz la sociedad e imponer los valores y la estructura idónea para la “derecha alternativa”. El procesamiento masivo de datos personales de millones de personas hizo posible una campaña focalizada sobre tres estados, Wisconsin, Michigan y Pennsylvania, que garantizaron los votos electorales necesarios para ganar la Presidencia, sin importar que Trump haya perdido el voto popular por más de 3 millones de sufragios. Si Wiley está en lo cierto, el referéndum del Brexit habría sido también resultado de la manipulación electoral de una fracción decisiva de la ciudadanía. Tenemos entonces que el triunfo de la derecha en Estados Unidos y la salida de Inglaterra de la Unión Europea han sido dirigidos por un proyecto diseñado secretamente y puesto en marcha a través de las redes “sociales” haciendo uso, al parecer legal pero profundamente inmoral, de los datos personales acumulados masivamente en la red de Facebook y otras.

El modus operandi consiste en sistematizar gustos y preferencias, afectos y temores, rutinas laborales y comerciales, y usted lector(a) agregue cualquier rastro que haya dejado en la red; quien lo posea lo aprovechara, pero no en beneficio de usted. Muchos cometimos el mismo error: no hacer caso (o siquiera leer) las condiciones del contrato suscrito con la red social, que establece los derechos de propiedad de los datos a favor de la empresa y define vagamente las condiciones de privacidad. Controversias judiciales irán y vendrán, pero el daño ha sido hecho y vaya que con profundas y dolorosas consecuencias.

En medio de la selva desregulada del fundamentalismo de mercado, un desmesurado Leviatán (la redundancia no sale sobrando) ha surgido de la innovación tecnológica. La confianza del usuario se vuelve en su contra por la combinación de posibilidades técnicas y carencia de límites a la voracidad económica y política, que aplasta el interés público. En una entrevista en El País () Wiley señala atinadamente que este uso de las redes sociales revela un fracaso de la sociedad, no únicamente una ausencia de gobierno, para controlar estas creaciones del ingenio humano. Lo que ponemos en las redes sociales es más que asuntos privados. Wiley sostiene que las redes deberían estar reguladas como servicios públicos, al igual que la electricidad o el agua. En realidad, las redes son bienes públicos que necesitan de custodia colectiva para ser usados con equidad y con respeto a las vidas privadas. Nada justifica que los datos retenidos por las empresas que las pusieron a disposición sean usados para regular, con toda precisión, nuestras conductas presentes y futuras; mucho menos para dirigir las decisiones políticas que tomamos sin darnos cabalmente cuenta de lo que implican.

El uso no regulado de los bienes públicos desemboca indefectiblemente en depredación. Y la depredación siempre es abanderada por los más diestros para practicarla. Cambridge Analytica es el más reciente y notorio caso de depredación que se hemos visto. Es indispensable combatir las condiciones leoninas de disposición de la información privada de millones de gentes, pero no hay que hacerlo como el ludismo del siglo XIX que creyó que destruyendo las máquinas terminaba la explotación capitalista del trabajo, sino sometiendo a reglas de convivencia justas al Levitán electrónico para que no gobierne nuestras vidas.

Director de Flacso en México.
@ pacovaldesu

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