La Luna es el satélite natural que acompaña a la Tierra en su viaje a través del espacio. La teoría más aceptada acerca de su origen sugiere que se formó hace poco más de 4 mil 500 millones de años, es decir, alrededor de unos 40 millones de años después de la formación del sistema solar. Dicha teoría indica que la joven Tierra fue impactada por un objeto casi del tamaño del planeta Marte, lo cual fundió una parte de nuestro planeta y otra parte salió despedida a una distancia cercana alrededor de la Tierra formando un disco de escombros. Ese disco de escombros se fusionó lentamente y se enfrió al cabo de otros millones de años hasta formar nuestro satélite.

Algunos aspectos interesantes del sistema Tierra-Luna son: la Luna es el satélite más grande del sistema solar si consideramos la relación entre su tamaño y el de nuestro planeta. De hecho, su diámetro es una cuarta parte del diámetro terrestre. Pero en tamaño, es el quinto más grande de entre todos los satélites del sistema solar. La composición química de su corteza es muy similar a la de la Tierra, donde los elementos más abundantes son el silicio, el oxígeno y el aluminio, seguidos de calcio, hierro y magnesio, principalmente; de ahí la teoría de su formación.

La Luna se encuentra a una distancia promedio de aproximadamente 30 veces el diámetro de la Tierra, lo que ocasiona que haya una interacción gravitatoria importante entre ambos cuerpos y que es el origen, entre otras cosas, de las mareas en los océanos terrestres. Además, la distancia entre la Tierra y la Luna, en conjunto con el diámetro de esta última, son de tal manera que cuando el satélite se interpone entre nuestro planeta y el Sol, en ocasiones es capaz de cubrir completamente el disco solar, produciendo así un eclipse total de Sol. Si la Luna fuese un poco más pequeña, o estuviese un poco más alejada, nunca habríamos disfrutado de uno de los espectáculos más maravillosos que ofrece la naturaleza y, a lo más, veríamos sólo eclipses anulares, que también son espectaculares, aunque no se comparan con los totales.

Por otro lado, debido al movimiento de traslación de la Luna alrededor de la Tierra, la distancia entre ambos cuerpos varía un poco, de tal forma que el satélite se encuentra en ocasiones un poco más cerca del planeta (perigeo) y en otras, un poco más lejos (apogeo). Lo anterior da como resultado que, en el primer caso, la Luna se aprecia  12% más grande que en el segundo, lo cual es completamente natural y no causa ningún desastre, como en ocasiones alarman las noticias amarillistas.

Ahora bien, el movimiento de traslación lunar, en conjunto con la posición de la Tierra con respecto   al  Sol, produce que la luz que proviene de este último se refleje en la superficie de la Luna hacia nosotros y, dependiendo de la posición de la Luna, se  producen las diferentes  fases   lunares:   creciente, menguante, luna llena o luna nueva. También  la posición relativa entre los tres objetos  (Sol-Tierra-Luna) provoca que los océanos sean atraídos gravitacionalmente en la dirección de alineación de los tres cuerpos en lo que comúnmente se conoce como “mareas”, que es un fenómeno que contribuye al clima de nuestro planeta y determina las corrientes marinas  y del aire en la atmósfera en conjunción con las diferencias de temperatura, entre otros fenómenos.

Desde la formación del sistema solar, todos los cuerpos que lo componen (planetas, cometas, satélites, etc.) han sufrido impactos de meteoritos, cometas, asteroides y otros cuerpos, y la superficie de la Luna tiene registro de un sinnúmero de estos eventos. Debido a que no tiene una atmósfera densa y a que su actividad geológica terminó hace millones de años, no hay erosión alguna y han quedado plasmadas esas “cicatrices” en su superficie. La Tierra no ha quedado exenta de esos impactos y aún hoy existen algunos cráteres visibles que nos muestran lo que puede suceder en el futuro. Sin embargo, la mayoría de esos impactos pasados han sido borrados por la actividad geológica de nuestro planeta y además la atmósfera nos protege de impactos de muchos meteoros, que son evaporados al entrar en ella y pocos llegan a la superficie. Aunque siempre está el peligro latente de cruzarnos por la trayectoria de algún objeto lo suficientemente grande, como el que, según la teoría más aceptada, causó la extinción de los dinosaurios.

Finalmente, la Luna es un objeto cuasi esférico y sólo podemos ver poco más de   50% de su superficie. Existe un hemisferio que se oculta de nuestra vista desde la Tierra. Ese hemisferio lo hemos llamado coloquialmente como “el lado oscuro de la Luna”. La razón de no poder verlo es que la Luna gira sobre su propio eje en el mismo tiempo que tarda en dar una vuelta alrededor de nuestro planeta, de tal forma que siempre nos muestra la misma cara. En realidad ese hemisferio no es oscuro, sólo que no podemos verlo desde nuestra posición. La primera vez que se pudo observar y fotografiar ese lado de la luna fue en 1959, mediante una nave no tripulada soviética. El lado oscuro de la luna es similar al lado que  vemos: lleno de cráteres de impacto, aunque con menos “mares” (que son las extensas regiones oscuras que vemos en la cara que nos muestra nuestro satélite), que se formaron por actividad  geológica y que en realidad no contienen agua; sólo fueron llamados así para diferenciarlos de los cráteres de impacto.

La Luna siempre ha causado fascinación en el ser humano; se le atribuyen un sinnúmero de mitos y está presente en el folklore y costumbres de todas las culturas; ha sido fuente de inspiración para la literatura, la poesía, la pintura, la música y demás artes. El lado oscuro (que no es oscuro) ha estado siempre presente en nuestra imaginación y no se ha quedado atrás, también es motivo de admiración. La Luna en su conjunto es, pues, ¡una muestra más de la maravilla del Universo!

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