Los intermediarios: los validos, como se les reconocía antes, gozan de la confianza de los dueños del poder y la utilizan para intercambiar lealtades personales por canonjías y privilegios. Ellos integran los aparatos políticos, se disputan puestos y dineros, echando mano de sus vínculos entre quienes necesitan algo y quienes pueden dárselo. Son el puente entre la formalidad y la informalidad política en la mayor parte del territorio nacional; los verdaderos operadores de la vida pública, que ocupan cargos públicos, se ostentan como dirigentes partidarios u operan desde sus propias organizaciones. Son también los profesionales de la captura de las instituciones y los beneficiarios principales de la corrupción del régimen.

La fuerza de esos validos es proporcional a la debilidad de las instituciones formales del Estado. Su correlato económico está en la informalidad de empresas y trabajo, cuyo eufemismo (suena mejor informalidad que abuso o evasión) oculta la gravedad de la injusticia que se comete contra la mayor parte de los trabajadores de más bajos ingresos y matiza la debilidad del Estado mexicano para hacerse de recursos y redistribuirlos de manera igualitaria.

Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, casi 57 de cada 100 personas que trabajan, lo hacen de manera informal: más de 30 millones de trabajadores carecen de seguridad social, no tienen contratos exigibles, no tendrán jubilación y están fuera del régimen fiscal. Otros 14 millones de individuos trabajan en unidades económicas que hacen negocios como si no existieran, a veces, porque se ocultan deliberadamente para ganar más y, otras, porque van tirando como pueden, hasta redondear en más de 44 millones de trabajadores informales.

En esas dos clasificaciones económicas están las trabajadoras del hogar, los “viene-viene”, comerciantes, los niños y las niñas explotadas y cientos de miles de trabajadores que sobreviven en empresas que no existen formalmente, pero que generan muchísimo dinero.

Consecuente con el discurso que le hizo ganar las elecciones, el nuevo gobierno debe encargarse, desde abajo y desde dentro. El problema no se resolverá repartiendo dinero público ni afiliando a los trabajadores a otro partido, sino fortaleciendo a los sindicatos que ya existen y organizando a los que debieran existir; no para volver a la dinámica de los intermediarios charros, sino para empoderar a los trabajadores.

En un Estado donde predominan los validos y el empleo informal, no hay lugar para la democracia y la igualdad. Así de simple. Y a todas luces, esto es mucho más importante que decidir dónde aterrizarán los vuelos internacionales.

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