Siempre me ha apasionado la ciencia ficción, su atrevimiento, los argumentos atemporales utilizados para jugar con el espacio, con seres de ésta y otros dimensiones; la manera como despliega e incursiona en los avances científicos y tecnológicos, pero sobre todo la forma en que los diferentes autores, preferentemente los clásicos, como Isaac Asimov, Arthur C. Clark, Ray Bradbury, H. C. Wells o el gran ilustrador del mañana Julio Verne, visualizaban el futuro, a veces promisorio, otras sombrío, de la raza humana, su convivencia con la tecnología y las diversas implicaciones de ello. Simplemente apasionante.

En este nuevo milenio hablar de ciencia ficción es hablar imperceptiblemente del día a día, ya las sorpresas son cada vez menos disruptivas, menos pomposas; hoy la capacidad de las computadoras portátiles, que también utilizamos para comunicarnos mediante complejas y cada vez más confiables redes celulares, es cientos de miles de veces más grande que algunas que ocupaban el espacio de un departamento en los 70; hoy en día la cantidad de microcontroladores (pequeños microprocesadores dedicados para aplicaciones específicas) incorporados o embebidos (según el término del idioma inglés) en equipos tan sencillos como unas bocinas inalámbricas, una tableta, un automóvil o un juguete permiten una conectividad tan natural y asombrosa que parece de fantasía; el manejo de los datos generados a partir de esa interconectividad y sensores igualmente “inteligentes” han dado origen a nuevas corrientes tecnológicas que se encargan de analizar estadísticamente la información para hacer predicciones, para facilitar e incluso automatizar la toma de decisiones.

El Internet del Todo (Internet of All, según el término en inglés) es un concepto que ha evolucionado del original Internet of Things planteado por el investigador británico Kevin Ashton, cofundador del Auto-ID Center del MIT.

El término pretendía plantear -con los avances en las comunicaciones inalámbricas, los procesadores y la capacidad para desarrollar complejos, diminutos pero muy potentes sistemas electrónicos inteligentes- la creación de una red interconectada de enseres de la vida cotidiana, como equipos de cocina, de entretenimiento, de ejercicio, de uso personal, al internet, intercambiando información relativa al tiempo y hábitos de  uso, consumo de energía, datos específicos del usuario, que entre otras cosas permitieran configurar la siguientes generaciones de productos, y de manera más generalista -al menos en concepto- mejorar o facilitar la vida de los usuarios al intercambiar información que permitiera predecir o anticipar el propio actuar de los dispositivos, compartiendo datos y generando información que facilitara la toma de decisiones o incluso, a través de complejos algoritmos de inteligencia artificial, “ayudar y proteger” al propio ser humano.

Ejemplos de esto último se encuentran ya en el mercado, en donde equipos que monitorean el ritmo cardiaco de un paciente con algún tipo de condición médica del corazón o pacientes con marcapasos o corazones artificiales se comunican con el teléfono móvil y permiten detectar anomalías en el paciente anticipando eventos médicos y lanzar diagnósticos o asistencia oportunamente.

Yo imagino un día despertando en una cama que se adapta y reacciona a mi sueño y tipo de antropometría, que conoce mi estado físico y se adapta a mis lesiones, que se comunica con mi equipo de gimnasio para “anticiparse” y adaptarse al tipo de ejercicio que requeriré esa mañana; la información que se genere le indicará a los equipos en la cocina, sobre el tipo de alimentación, con el balance adecuado de nutrientes según la actividad del día; información que permitirá completar mi lista de compras, ante la falta de productos en el refrigerador, que al ser inteligente, se comunicará al supermercado y a mi banco para hacer el pedido de aquello que se agotará al final de la semana.

Una vez en mi auto, éste elegirá un playlist acorde al estado de animo y a mi agenda del día, la temperatura interior del vehículo se habrá ajustado previo a tomar el trayecto, mismo que será elegido de acuerdo a las condiciones más adecuadas de tránsito; en el camino podré revisar mi correo electrónico en mi reloj y contestaré verbalmente mensajes que se transmitirán sólo con comandos de voz, llamaré a diversos clientes y mi agenda de la semana o del mes se “mezclará” con mis compromisos personales para brindarme el mejor de los rendimientos laborales con el adecuado balance de salud física y emocional, la cual a su vez estará enlazada con cada ser querido que yo decida incluir en mi red.

Mi día terminará con una cena y la selección adecuada de un tinto que han sido elegido automáticamente para la ocasión, y cuyo descorche quedará registrado en la lista de selecciones a las que siempre podré tener acceso en cualquier lugar del mundo, porque mis gustos y aficiones estarán registradas sin darme cuenta y me podrán acompañar en cualquier parte del mundo, para que sin importar la posición geográfica en que me encuentre pueda  sentirme como en casa, protegido y a gusto; quizá solo lo imagino...

... ¿o lo estamos viviendo ya?

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