En teoría, el interés nacional (IN) de un país es el conjunto de proyectos que el país proclama como metas en materia económica, social, cultural y política. Pero la nación como tal no existe, existen los individuos que la conforman con intereses diferentes y contrapuestos. En realidad, el contenido del IN lo formulan e imponen las élites del poder. Así, este concepto es la fórmula política que se presenta como el interés general o mayoritario, pero en la práctica muchos quedan fuera.

En el caso de Estados Unidos, ejemplos claros de esa manera de entender el IN fueron el New Deal de los 1930, la lucha contra El Eje tras el ataque a Pearl Harbor en 1941 o la agresiva defensa global del capitalismo frente al socialismo soviético. También pueden contar como otras tantas fórmulas el empeño en la reducción del papel económico del gobierno en favor del mercado —neoliberalismo— o las fallidas“Gran Sociedad” de Lyndon Johnson o la “Guerra contra las Drogas” de Richard Nixon.

A partir del ascenso de Donald Trump a la presidencia del país vecino en 2017, la fórmula bautizada como “Make America Great Again” (usada ya por Reagan), es el nuevo IN del país del norte, aunque en este caso sin gran consenso en torno a la idea.

En la práctica, el contenido del proyecto de Trump ha significado atacar la migración indocumentada latinoamericana; intentar, sin éxito, el regreso a Estados Unidos de las plantas industriales que se fueron al exterior en busca de mano de obra barata; contraer los controles del gobierno sobre la empresa privada, disminuir los impuestos a los sectores de mayores ingresos, destruir el sistema de salud construido por su antecesor. La meta en política exterior consiste es priorizar el enfoque unilateral y presionar sin recato en temas económicos o políticos lo mismo a rivales que a aliados.

Quien propuso a Trump construir su programa en torno al slogan “Hacer Grande otra vez a Estados Unidos”, fue Roger Stone, un veterano e inescrupuloso operador político de Washington, que por años fue consejero de Trump y que sin ambages reconoce que su objetivo es siempre ganar a como dé lugar, sin importar los medios ni las consecuencias de largo plazo (ver al respecto el documental de Netflix, Get me Roger Stone). Sin duda, Trump ha seguido los consejos de este consejero.

Trump, con una prédica muy agresiva y demagógica de “nacionalismo blanco” neutralizó a la élite tradicional de su partido. En la elección de 2016 no logró el voto mayoritario, pero sí el decisivo: el distorsionado y distorsionador del colegio electoral. Con un discurso poco convencional —brutal— contra el primer presidente afroamericano y la candidata demócrata, ganó y consolidó el apoyo de un amplio sector de norteamericanos blancos, socialmente resentidos y a los que no pareció importarles ni el estilo vulgar de Trump, sus prejuicios racistas,ni las 10,796 falsedades que le ha contabilizado el Washington Post (10/06/19) a lo largo de 869 días de discursos y declaraciones.

En tan peculiar contexto, la política de Trump contra México, contra Irán, contra los palestinos o contra China, lo mismo que su suavidad con Rusia pese a, o por su interferencia en la elección de 2016, o con Corea del norte no obstante que Kim Jong-un no ha cedido en su política nuclear, se explica no en función de una definición racional del IN norteamericano, sino de la eficacia con que Trump manipula cada caso frente a su base electoral y en función de su única meta: la reelección. El mismo razonamiento explica su ataque al FBI, al fiscal especial Muller, a la prensa independiente o el rechazo a una política bipartidista.

Para concluir: una cosa muy curiosa le pasó a Estados Unidos en su camino de gran potencia: su IN, tradicionalmente resultado de un complejo entramado de historia, negociaciones intra e interpartidistas, de estructuras institucionales, de grupos de interés y de presión, de medios de información plurales, ha quedado reducido al interés de un sólo hombre: Donald Trump. Y este todo lo evalúa en función de su reelección. Así, México debe cuidarse de volver a ser usado con amenazas y ultimatums en tan humillante juego, especialmente durante el encuentro AMLO-Trump en septiembre.

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