Hace tan sólo unos días, para ser precisos el 13 de noviembre, una serie de ataques terroristas –reivindicados poco tiempo después por el Estado Islámico como de su autoría– sacudieron el corazón de París. En una misma noche, tres ataques casi simultáneos con armas de fuego y explosivos cobraron la vida de, por lo menos, 129 personas. En las primeras horas de la noticia, nos parecía increíble que en el corazón de un país europeo se hubiera instalado el horror, las muertes repentinas y ocurridas en un espacio público para provocar el miedo y la sensación de permanente amenaza. Nos acordamos de los atentados y de las víctimas en Londres y Madrid, en 2005, pero también pensamos que algo había cambiado. Y esto fue que, ahora, los ataques fueron reivindicados por una entidad transnacional, el Estado Islámico, que, desde Irak y Siria, se ha extendido por muchos países para tomar las armas y atacar a todos aquellos que considera enemigos de su proyecto reivindicador de una lectura extrema y fundamentalista del Islam.

¿Cómo hacer frente a una fuerza terrorista que está muy extendida por todo el mundo pero que, a la vez, permanece en la clandestinidad y oculta para lograr ataques de mayor efectividad? ¿Qué hacer frente a una fuerza terrorista que es profundamente tribal en lo que se refiere a su visión del mundo –al dividirlo en amigos de su visión fundamentalista y enemigos de la tradición– pero que recurre a las tecnologías de información y comunicación para difundir los horrores de sus actos asesinos?

Ha pasado menos de una semana, y el miedo se ha apoderado del mundo. Desde el viernes, amenazas de ataques similares a los de París se han reportado en Dinamarca, en Inglaterra y en Alemania. Además, se confirmaron agresiones del Estado Islámico en Líbano y Nigeria. Estamos, por supuesto, frente a un nuevo orden mundial que significa la irrupción de una organización terrorista que se reivindica a sí misma como un califato, que está emprendiendo una cruzada contra las y los infieles que amenazan su lectura fundamentalista del Islam y que, de manera complementaria, está reclutando a cada vez más jóvenes en todo el mundo. Me gustaría que pensáramos quiénes son ellas y ellos. Sabemos que generalmente son chicas y chicos de origen humilde, desencantados de la política y que han encontrado dificultades para insertarse en el mundo laboral con dignidad y rentabilidad. Ellas y ellos son quienes alimentan las filas del Estado Islámico, de manera trágica. Esta organización terrorista ha capitalizado el desencanto de ellas y ellos, prometiéndoles una lucha con certezas y con triunfos asegurados, frente a la profunda incertidumbre en que nosotras y nosotros les hemos situado. Tenemos que ser capaces de entender –no de justificar– lo que anima al terrorismo, para desarrollar estrategias de pacificación y elevación de la calidad de vida en aquellos territorios donde el Estado Islámico amenaza con extenderse.

No es casual que sean los mas jóvenes y los más pobres quienes sucumben a la seducción del terrorismo. Ellas y ellos carecen de oportunidades, son observadas y observados como peligrosos e improductivos. Tenemos que entender que estos chicas y chicos, necesitados de un sentido de pertenencia y de un proyecto político que les valore como integrantes activos, son los que están alimentando las filas del terrorismo, y que a ellas y ellos tenemos que dirigir proyectos de cultura de la paz, educación y productividad que les muestren que otro mundo es posible. Un mundo más justo, más incluyente, donde se pueda generar solidaridad y diálogos productivos entre quienes son diferentes; un mundo que valora positivamente el espectro de diferencias que caracteriza a nuestras juventudes y que pueda ofrecerles opciones educativas y laborales.

Si no somos capaces de proteger a nuestros jóvenes del desencanto político, ellas y ellos serán seducidos por la ideología fundamentalista. Y entonces el horror y la inseguridad que el Estado Islámico se han preocupado por difundir se habrán instalado ya definitivamente a la vuelta de la esquina, como una amenaza pero también como una realidad.

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