En una operación propia de un político diestro, Ricardo Monreal desplazó ayer de la presidencia del Senado a su correligionario Martí Batres, cuyas cartas credenciales no son nada despreciables. Con ello se abre un enigma no sobre la pugna entre las dos principales figuras de Morena en la Cámara Alta, sino sobre el rol que tendrá ésta de frente al gobierno de    López Obrador.

Monreal no es un adocenado operador del actual ocupante de Palacio Nacional. En declaraciones públicas y en conversaciones privadas suele tomar distancia sobre decisiones emprendidas por el primer círculo del mandatario. Incluso, es público su distanciamiento con una de las figuras más cercanas a los afectos de López Obrador, Claudia Sheinbaum, con quien contendió, y perdió, en busca de la candidatura para la jefatura de gobierno capitalina.

Confirmado ya su rol como hombre fuerte del Senado, Monreal se consolidará como una instancia a la que muchos interlocutores acuden en busca de una influencia dialogante y conciliadora: empresarios, gobernadores, políticos de partidos opositores e incluso propietarios de medios de comunicación.

En contraste, esta nueva circunstancia catalizará, fuera y dentro de Morena, fuera y dentro del gobierno, las versiones de que Monreal es desde ahora un aspirante a la sucesión presidencial de 2024, y que en ese trayecto puede ir escamoteando su lealtad hacia López Obrador y su proyecto, construyendo en cambio un polo de poder que ejerza el contrapeso para el que otras instancias han mostrado ser incapaces. Una especie de gobierno desde el Senado.

No sería la primera ocasión en que esto sucediera. En el arranque del gobierno de Vicente Fox en el año 2000, el líder de la bancada del PAN, en el Senado, Diego Fernández de Cevallos, no necesitó controlar una bancada dominante ni la presidencia de la cámara para convertirse en el canal obligado en toda negociación política de alto nivel en el país, con o sin el aval del huésped de Los Pinos. Dolido por aquel periodo, Fox comentaría después en charlas privadas: “Nunca pude lograr que Diego me apoyara como presidente de la República en la forma como lo hizo con Carlos Salinas de Gortari…”.

La diferencia es que Monreal controla a la fracción mayoritaria del Senado y domina ya la presidencia del mismo. Pero tiene frente a sí a López Obrador, el mayor animal político que el país haya conocido en al menos los últimos 25 años, precisamente desde los tiempos de Salinas de Gortari.

Pese a que se había anticipado tal episodio, Monreal sorprendió ayer con el desplazamiento de Martí a partir del periodo de sesiones que arranca el primero de septiembre. Atrajo para esta causa a la mayoría de los integrantes de la fracción que coordina, incluso a los provenientes del evangélico Partido Encuentro Social (PES), que al no tener registro, son formalmente miembros de la bancada morenista. No es el caso de los senadores del Partido del Trabajo (PT), un partido aliado pero no parte de Morena.

Un apretado balance en los votos consumó la defenestración de Batres y se resolvió virtualmente que la nueva presidenta será Mónica Fernández Balboa, política de Tabasco que ha transitado por diversas siglas partidistas, pero que cuenta sin duda con la simpatía presidencial, al grado de mencionársele como figura a proyectar como eventual candidata a la gubernatura del estado natal que comparte con López Obrador.

Esta vuelta de tuerca en el Senado influirá sin duda en el próximo relevo de la dirigencia nacional de Morena. No en balde la actual lideresa, la senadora Yeidckol Polevnsky, montó en cólera ayer en sus redes, alineada con los señalamientos de Batres en el mismo ámbito.

Sin embargo, ambos personajes parecían dirigirse ayer al ámbito de la irrelevancia política. En el impasse que se abrió solo importan ya las señales que emitirá en las próximas horas, días y semanas el presidente López Obrador. Sabremos entonces si lo ocurrido ayer fue un asomo de ruptura en la cúpula de la Cuarta Transformación o un sacudimiento concertado desde Palacio Nacional.

rockroberto@gmail.com

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