López Obrador recurre al dogma como punto de partida de la acción gubernamental. ¿Es el dogma una herramienta útil para el buen gobierno en una sociedad democrática?

El dogma es una convicción profunda que no admite otra verdad. El dogma funciona en las religiones como verdad axiomática. Son verdades que no se cuestionan.

Adoptar el dogma es una decisión individual y como tal no puede obligar a la colectividad. Sólo las leyes obligan a la colectividad. Este es un principio que hoy en día aplica hasta en las sociedades islámicas, donde las normas religiosas, para obligar, debieron convertirse en leyes seculares que aplican a todos los que habitan en un territorio mas allá de sus creencias personales.

Seguir el dogma como punto de partida de la acción gubernamental puede generar serios problemas. Gobernar con el dogma, sin respetar las leyes, detona procesos que no contemplan consecuencias, control de daños ni cursos de acción alternativos. El dogma no conoce ni reconoce límites.

Actuar contra la corrupción, como dogma, llevó a la cancelación del NAIM, lo que implicó drenas multimillonarias para el país, pérdida de confianza y suspender una obra pública que tarde o temprano habrá de reemprenderse.

La lucha contra los huachicoleros a partir del dogma tuvo innumerables consecuencias negativas y, hasta ahora, pocos resultados concretos. Si los hubo, se desconocen. En este contexto surgió la tragedia de Tlahuelilpan, lo que en el léxico militar se conoce como daño colateral.

El manejo de los bloqueos de la CNTE en Michoacán también se hizo a partir del dogma, al apoyar expresiones sociales que buscan reivindicar intereses gremiales a través de acciones que claramente traspasaron las fronteras de la legalidad. Sus acciones derivaron en significativas pérdidas para la economía al bloquear durante 25 días el tránsito de millones de toneladas de insumos productivos y productos terminados. Su ilegalidad se vio recompensada. El dogma por encima de la legalidad.

Uno de los problemas más críticos de gobernar con el dogma radica en su incompatibilidad con la tolerancia y el pluralismo, contradicción en esencia con un régimen democrático. Contar con mayoría en el Congreso y en la opinión pública no hace menos grave el pecado. Gobernar con el dogma siempre termina mal.

A 70 días de gobierno, la realidad mexicana ha mostrado ser mucho más compleja de lo que puede resolver el dogma. El crecimiento económico se encuentra estancado. Ha bajado el crecimiento industrial, la generación de empleos registra pérdida neta y el ingreso personal y el consumo se han reducido. Las mayorías mantienen su entusiasmo con el nuevo gobierno, pero su gasto se ha retraído. La economía va a contraflujo de la política.

Paralelo al mantra de la lucha contra la corrupción, están los mantras de la lucha contra la desigualdad y la pobreza. Loable discurso que la necia realidad se niega a aceptar. No existe ninguna experiencia histórica de combate exitoso a la desigualdad y la pobreza sin el sustento de un robusto crecimiento económico. Sirva el caso de China para ilustrar esta tesis.

Un misterio aparte del dogma que mueve a López Obrador es su relación con los militares. Asignarles la tarea de construir y administrar el nuevo aeropuerto internacional en la CDMX resulta un despropósito ¿Por qué nuestros militares aceptan realizar una encomienda sobre la cual tienen nula experiencia? ¿Por qué si durante años habló López Obrador de sacar a los militares de la seguridad pública, a pocos días de entrar al gobierno les entrega todo el poder? ¿compromisos? ¿reacomodos de la estructura del poder? ¿Hacia donde apuntan sus acciones? ¿sus verdaderas intenciones están ocultas o a la vista? Sus actuaciones nos dejan más preguntas que respuestas.

Maestra en Políticas Públicas

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