“Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres sino sobre ellas mismas”, Mary Wollstonecraft (Spitalfields, Inglaterra, 27 de abril de 1759- Somers Town, Londres, Reino Unido, 10 de septiembre de 1797).

Hoy, antes que nada,  quiero felicitar a todas mis congéneres, con motivo de la conmemoración  del Día Internacional de la Mujer, hace un día. Y me congratulo no sólo por el hecho natural de ser féminas y/o por un día que marcó un hito en la historia, sino por lo que día a día labramos en nuestros respectivos roles de hijas, madres, novias, esposas, hermanas, tías, primas, amigas, maestras, etc. Sin temor a equivocarme, me atrevo a enunciar que el ser mujer es un don divino, que debe atesorarse por propios y extraños no únicamente un día al año, sino los 364 restantes.

Como bien lo declaró en su momento, el personaje que hoy elegí para ilustrar el preámbulo de lo que están leyendo, la filósofa y escritora Mary Wollstonecraft, por cierto, madre de Mary Shelley, cuya más famosa obra fue, ha sido y será Frankenstein, el empoderamiento de las mujeres va más allá de un dominio hueco y superficial sobre los hombres, lo que nos hace grandes a las mujeres es el poseernos a nosotras mismas y como es nuestra esencia y costumbre dejar una huella de ternura, alegría, madurez y amor por el suelo que pisamos.

Antes de proseguir con mi reflexión, que espero les esté gustando, pondré en contexto a mis lectores por medio del análisis breve pero sustancioso acerca de la etimología de la palabra mujer, la cual se asocia con el término latino mulier, y este se relaciona en algunos textos con el adjetivo mollis, que significa blando o aguado, y cuya raíz encontramos en otras palabras como molusco o  mullido.

Haciendo un paréntesis me atrevería con vehemencia a gritar a los cuatro vientos “bendita y excelsa debilidad”, por medio de la cual al momento de un parto se sacan fuerzas de flaquezas al soportar el dolor equivalente a 20 huesos rotos. Es en donde la debilidad de este sexo (el femenino), se torna en una fortaleza que cada día nos hace creer en la magia de vivir. No por ello es mi intención marginar en lo absoluto la grandeza de los varones, sólo que ésta radica en otros aspectos sin los cuales no existiría el complemento perfecto y por ende la mutua admiración la cual simboliza la sal y la pimienta de la vida, pero eso lo abordaré en otra colaboración.

Hoy decidí centrar mis comentarios en torno a las mujeres. Para ello pretendo que hagamos una remembranza acerca del origen de tan pronunciado Día Internacional de la Mujer, pues fue precisamente en el año de 1911 cuando ocurrió el capítulo más cruento de la lucha por los derechos de la mujer pues la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist, fue devastada por un incendio que dejó como saldo la cantidad de 123 mujeres y 23 hombres fallecidos. La mencionada tragedia trajo como oleada una serie de reivindicaciones hacia la mujer, las cuales ya había comenzado con anterioridad al desastre. Podemos decir que el incendio antes relatado, fue como se dice coloquialmente “la gota que derramó el vaso”, ya que previamente en el año de 1910 en Europa, durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en Coppenhague (Dinamarca), con la asistencia de más de 100 mujeres procedentes de 17 países, se decidió proclamar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

Detrás de esta iniciativa estaban defensoras de los derechos de las mujeres, como Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo. No fijaron una fecha concreta, pero sí el mes: marzo. Como consecuencia de esa cumbre de Copenhague, en marzo de 1911 se celebró por primera vez el Día de la Mujer en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza. Se organizaron mítines en los que las mujeres reclamaron el derecho a votar, a ocupar cargos públicos, a trabajar, a la formación profesional y a la no discriminación laboral. Coincidiendo con la  Primera Guerra Mundial, la fecha se aprovechó en toda Europa para protestar por las consecuencias de la guerra. Eso lo menciono a manera de contexto histórico.

Pero a mi parecer muy respetable al igual que el que posean mis distinguidos lectores, deseo rescatar que la mujer deberá ser considerada como un ser inteligente, tenaz, estratégico, multifuncional (puede realizar más de dos actividades bien al mismo tiempo), por supuesto con un sexto sentido, y amorosa a más no poder. Por lo tanto, volviendo a los orígenes de nuestra esencia, deberíamos mejor reivindicar nuestro derechos a la protección, y dejar de competir por competir con los varones. Si bien es cierto que nuestra sobrada inteligencia nos puede llevar a ocupar cargos como altas ejecutivas de grandes corporativos, funcionarias, empresarias, maestras, dirigentes de organizaciones filantrópicas, etc., eso es sólo consecuencia de nuestra altura de miras, sin por ello demeritar las actividades realizadas por los hombres.

Como conclusión, así como inicié indicando que ese incendio que desencadenó el considerar de forma seria la función pública de la mujer, ahora digo que su luz deberá guiarnos para no desviar nuestra esencia y conservar lo grandioso de nuestro ser. Así que ¡hombres, valórenos haciéndonos y siendo felices!

Por hoy me despido con mi acostumbrada frase: “¡Hasta siempre, me voy a ser feliz haga usted lo propio!".

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